Del sesqui al bi-centenario (1975-2025)

El 6 de agosto de 1825 es la fecha que nos une a la totalidad de bolivianos y bolivianas, independientemente de distintas miradas que podamos tener sobre el pasado y el presente de este país. Llama la atención que la fecha en sí misma nos remite a un hecho poco significativo y nada glorioso, la suscripción del Acta de la Independencia por un conjunto de representantes de los “señores notables”, la mayoría de los cuales militaban en el bando realista hasta muy poco antes. Se eligió la fecha para conmemorar el primer aniversario de la Batalla de Junín (6 de agosto de 1824), en la que los ejércitos patriotas al mando de Bolívar derrotaron a los realistas abriendo el cauce a la batalla definitiva de Ayacucho (9 de diciembre de 1824).

Con todo y eso, la fecha ha quedado enraizada. En los hechos, marca un hito en la historia de este pedazo del mundo ubicado en el centro de Sudamérica. Es el punto de partida de la construcción de un nuevo Estado, en lo que fue la región de la colonial Charcas, con el portentoso Potosí como su núcleo aglutinante. Una construcción por cierto llena de vicisitudes, exclusiones, conflictos y contrastes a veces arrastrados por siglos.

Nos tocó vivir el “sesqui” (un siglo y medio, 1975) y estamos en las vísperas del “bi” (dos siglos, 2025). Momento propicio para recordar algunos sucesos con los que se inicia el periodo.

Vivíamos el auge de la dictadura de Banzer. El movimiento popular resistía las medidas dictatoriales y había conseguido algunos logros en el sector minero con la recuperación de sus directivas sindicales y la mantención de sus radioemisoras.

El 13 de enero de 1975, en una operación nocturna tipo comando, los agentes del gobierno apresaron a algunos dirigentes y destruyeron las cuatro emisoras de la región: “21 de Diciembre” de Catavi, “Llallagua” de Llallagua, La “Voz del Minero” y “Pío XII” de Siglo XX (esta última propiedad de la Iglesia Católica). La respuesta espontánea de los trabajadores fue una huelga de 15 días que le dobló el brazo a la dictadura: los dirigentes fueron puestos en libertad y se arrancó el compromiso firmado de resarcir los daños a los equipos de comunicación (obligación que, mal que mal, tuvieron que cumplir).

Por esos mismos días en La Paz, Alcira Cardona Torrico fue detenida por haber publicado un periodiquito de Alasitas burlándose de la ruidosa campaña oficialista del Sesquicentenario, rebautizándolo como el Questicentenario (questi, o quisti en aymara significa sucio, tiznado, empañado). Una rápida movilización solidaria de artistas, poetas y escritores, comandada por Antonio Paredes Candia, consiguió la libertad de la destacada poeta orureña.

Por último, asoma en la memoria la fabricación de una moneda de oro de circulación restringida, que por su alto costo solo pudieron adquirirla coleccionistas adinerados y los altos funcionarios del régimen. Se dijo que en una segunda etapa el Banco Central pondría en circulación unidades de corte menor para uso generalizado. La dichosa moneda llevaba a un lado la efigie del Libertador Simón Bolívar y al reverso… habíase visto mayor atrevimiento… ¡la del mismísimo Banzer! Como reguero de pólvora por aquellos días de agosto de 1975 circuló la respuesta popular ante semejante osadía: “Bolívar la cara de la moneda, Banzer el culo”. Por esa reacción o por alguna otra razón desconocida, no hubo segunda etapa del proyecto numismático de la dictadura. Ahí quedó.

Abrigamos la esperanza de que las futuras generaciones tengan recuerdos más simpáticos y agradables del bicentenario boliviano que ya se viene. ¿Qué tal?

Carlos Soria Galvarro es periodista.