Pequeña historia marcada por la guerra

Es sabido que la historia de un país o región no es la suma inconexa de historias individuales o familiares, de microrregiones o de sucesos aislados y circunstanciales. Sin embargo, todo historiador sabe muy bien que tales fragmentos pueden jugar el rol de referencias útiles, de ejemplos aleccionadores o de pistas para la investigación. Ilustran y enriquecen el relato histórico, haciéndolo más ameno y asequible.

Preámbulo ineludible para contar esta pequeña historia.

Nació en Uncía, entonces la ciudad más poblada del norte de Potosí, un 26 de febrero de 1913, el año anterior al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Sus progenitores: Natalio y Pilar, provenían de los valles cochabambinos. El conjunto familiar era parte de la avalancha migratoria provocada por el auge de la minería del estaño. No solamente atraía fuerza física de las áreas rurales, sino también personal salido de las capas medias y artesanales de las ciudades, medianamente instruido para los puestos subalternos de la cadena administrativa. Sacrificando sus minúsculas fortunas o sus medianas o pequeñas propiedades muchos se lanzaban tras las huellas de Simón I. Patiño, el empresario triunfante al que todos admiraban y querían imitar. Por cierto, la inmensa mayoría quebraba y unos pocos terminaban de simples empleados de las empresas. Ese era el caso de Natalio, padre de nuestro personaje, que llegó a ocupar el cargo de Jefe de Pulpería de una de las empresas de Patiño. Eran épocas en que todo viajero que se respete, portaba en su equipaje un “cateador”, herramienta manual con pico puntiagudo para escarbar las rocas aledañas a los caminos con la ilusión de encontrar una veta como la que halló Patiño.

Nuestro biografiado, llamado Carlos Eduardo, circulaba entre Caraza, Quillacollo y la ciudad de Cochabamba, donde estaban sus raíces y Uncía, en el norte potosino, donde había nacido y crecía junto a nuevos campamentos y maquinaria moderna.

Emprendió estudios de topografía y agrimensura que abandonó para enrolarse en el servicio militar al cumplir 19 años. Unos meses más tarde estalló la Guerra del Chaco. Marchó directamente del cuartel ubicado en la frígida Challapata, hasta las candentes arenas del Chaco boreal.

Después de más de dos años de campaña, herido y enfermo fue evacuado a La Paz, donde recibió atención médica. Parcialmente recuperado, retornaba al sudeste, cuando terminó la guerra (junio de 1935). Comenzaron para él nuevas batallas.

La artritis reumática dejó un daño irreparable en su sistema circulatorio, el corazón le comenzó a fallar.

Se casó con Gabriela, vecina de una de las casas gemelas en Catavi. Ella había perdido a sus dos hermanos varones, el uno no retornó del Chaco y el otro falleció en una clínica paceña cuando se aprestaba a recibir tratamiento especializado de las secuelas del conflicto bélico.

Carlos Eduardo incursionó en la ruta empresarial. Compró arboledas para producir callapos, troncos de madera para apuntalar los socavones mineros. Le fue bien hasta que una temporada lluviosa inundó el valle y se llevó todo el material listo para ser embarcado al tren en la estación de Vinto. Quedó completamente arruinado. Afortunadamente consiguió un trabajo asalariado de cajero contable en la Hacienda Pairumani (actual propiedad de la Fundación Patiño). Casi cinco años después, buscando mejorar los ingresos probó suerte en la empresa constructora de la carretera Cochabamba a Santa Cruz, trabajo que concluyó cuando la obra quedó terminada en 1955.

Carlos Eduardo y Gabriela tuvieron ocho hijos, tres varones y cinco mujeres (una de las cuales no sobrevivió a la coqueluche). Los últimos años de su vida fueron los más penosos para él: enfermo (sin seguro médico alguno), desempleado absoluto (sin ninguna propiedad o renta proveedora de ingresos), situación agravada por la crisis económica reinante, la hiperinflación y las duras medidas de estabilización monetaria.

Carlos Eduardo Soria Galvarro Silva, murió el 14 de abril de 1957 de una trombosis coronaria, la guerra le pasó la factura a la edad de 46 años. Era mi padre.

Carlos Soria Galvarro es periodista.