El MIR sucumbió, queda el recuerdo de sus héroes

El año 1971 apareció en la palestra pública del país el Movimiento de la Izquierda Revolucionara (MIR). No fue un surgimiento instantáneo, sino el resultado de un proceso de articulación de varias fracciones políticas, entre las que se puede mencionar a un sector del ELN-PRTB (resabios del llamado “foquismo” guerrillero), algunos desencantados del maoísmo, otros desprendidos del “movimientismo” (MNR) y un puñado de intelectuales independientes. Pero, en lo fundamental, la corriente que proporcionó la plataforma y el liderazgo al naciente MIR fue la “democracia cristiana revolucionaria”, desprendimiento esencialmente juvenil del Partido Demócrata Cristiano, fracción que vino en llamarse PDC-R (revolucionario) y cuyo indiscutido líder era Jorge Ríos Dalenz, ejecutado en el exilio chileno durante el golpe fascista de Pinochet.

¿Qué pasó con el MIR en los casi 10 años posteriores, desde su aparición formal en septiembre de 1971 hasta la matanza de ocho de sus dirigentes en enero de 1981? Sin duda fue un largo periodo de crecimiento y consolidación, tanto de sus instancias organizativas como de su creciente influencia en amplios sectores de las capas medias: universitarios, profesionales, trabajadores asalariados; importantes núcleos campesinos e incluso en el sector proletario minero, entonces considerado la columna vertebral de las luchas sociales.

Es obvio que tal proceso estuvo acompañado de fuertes debates internos que fueron configurando en el seno del MIR corrientes ideológicas y visiones diferentes que derivaron en la creación de nuevos partidos como MIR-Masas, MIR-Bolivia Libre, Movimiento Sin Miedo, Sol.bo y otros. El MIR ya no existe, pero con sus luces y sombras, lo que podría llamarse la “generación mirista” contribuyó a la apertura y construcción democrática, uno de cuyos hitos fundamentales se dio el 10 de octubre de 1982 con el ascenso al gobierno de la Unidad Democrática y Popular. La UDP, agrupación frentista forjada en la resistencia a la dictadura, aglutinaba esencialmente al MNR de Izquierda, al MIR y al PCB, y fue precisamente el MIR el partido que desencadenó grandes movilizaciones por la entrega inmediata del poder a las autoridades y parlamentarios elegidos en 1980, salida catastrófica pues amarró al presidente Siles Zuazo a un parlamento mayoritariamente opositor, aspecto que, entre otros, fue determinante para el descalabro udepista y, de paso, hizo aflorar las crisis internas de los partidos que sustentaban el proyecto. Retorno masivo de la militancia del MNR-I al tronco movimientista de Paz Estenssoro; fracturas en el PCB que resultó no ser tan monolítico como se creía (Quinto Congreso); en tanto que el MIR quedó partido en tres fracciones: la de Paz Zamora (dueño de la sigla), la de Araníbar (MIR-Bolivia Libre) y el sector laboral (MIR-Masas) capitaneado por Delgadillo y Del Granado.

Andando el tiempo, el MIR desapareció por completo, diluido y absorbido por las dos grandes opciones del modelo neoliberal. En la de Banzer con su herencia dictatorial intacta, para lo cual Paz Zamora y sus allegados tuvieron que cruzar “los ríos de sangre” que los separaban. Y en la de Sánchez de Lozada, en su primer periodo, donde el MBL sucumbió a cambio de un ministerio y de la posibilidad de influir positivamente en las reformas del momento, temática agraria, descentralización por la vía municipal y ejercicio de los derechos humanos (acuerdos programáticos y no prebendales, al decir de los protagonistas).

Sería pura especulación suponer a cuál de las tres fracciones se hubieran adherido cada uno de los ocho dirigentes asesinados por la dictadura de García Meza y Arce Gómez aquel 15 de enero de 1981. Conocí a casi todos ellos, pero más a fondo a Artemio y a Ricardo. Lo suficiente como para colegir que todos ellos, al momento de tomar sus decisiones políticas, se hubieran guiado por principios éticos y no por intereses sectarios o de conveniencia personal. Así quedaron en la historia.

Carlos Soria Galvarro es periodista.