Bloqueos (loqueos): cuanto peor, mejor

El horno no está para bollos. Cualquier tema noticioso que quisiéramos abordar en estos momentos está impregnado del contexto mundial, complejo, confuso, enigmático y aceleradamente cambiante. Lo que hoy parece cierto y valedero, mañana podría ser reputado como falso, alevosamente mentiroso y rufianesco. Lo único rescatable sería, entonces, que algo se está moviendo, como se mueve la lava en las entrañas de la Tierra antes del estallido volcánico. Algo está sucediendo en el plano geopolítico. ¿Cómo se reconfigurarán las nuevas polaridades? ¿Ingresaremos a una nueva “guerra fría” similar a la que vivimos por casi medio siglo? ¿Vamos hacia un mundo multipolar? Varios dirigentes con inmenso poder en sus manos parecen más bien inclinados a resolver sus diferencias por medio de las armas que, en esta ocasión, podrían incluir también armas atómicas. Algunos ni se inmutan al admitir esa posibilidad.

Ante semejante panorama, mejor ocuparnos de nuestras cuestiones “domésticas”. Aunque vistas bien las cosas, la situación aquí no es menos desoladora, contradictoria, y hasta podría decirse disparatada: el espectáculo está a cargo de un puñado de políticos incapaces de ponerse de acuerdo en lo más mínimo mientras se ahogan en un vaso de agua.

La locura de los bloqueos. Es para no creer, se interrumpen vías con extrema facilidad y con las más diversas y a veces ridículas demandas. Que un alcalde no rindió cuentas oportunamente; que un docente maltrató a un grupo de estudiantes; que no se asfaltó un tramo de carretera; que al centro de salud no se le provee de un médico especializado; que no están de acuerdo en el pago conjunto de las tarifas de la basura y el alumbrado eléctrico y… así cuestiones baladíes por el estilo. Pero también suelen figurar en los bloqueos, aunque con menos frecuencia, demandas sectoriales de grupos de poder (“cooperativistas”, transporte pesado, comerciantes minoristas u otros) o estrictamente políticas, como lo fueron la exigencia en pro de la Asamblea Constituyente, por la realización de elecciones, o como las que estos días intenta implementar uno de los sectores del MAS.

Cabe un par de reflexiones. La convicción generalizada de que no hay ningún mecanismo que no fuera el bloqueo, para hacerse escuchar y obtener la satisfacción de cualquier demanda. Con cierto grado de resignación, a sabiendas de los perjuicios que ocasiona un bloqueo, algunos de los mismos protagonistas suelen decir: la única forma de que te escuchen y atiendan tu reclamo, es bloqueando pues, no hay más remedio. Por eso, cuanto más dañino el corte de vías, tanto más contundente y triunfante resulta. El éxito de este tipo de movilizaciones, que las más de las veces involucran a pequeñísimos grupos sociales, se mide por el volumen de pérdidas ocasionadas a productores y transportistas, por las molestias y sacrificios provocados a ocasionales viajeros. Y también, en no poca medida, por el deterioro de la imagen del país, que es visto por propios y extraños con la huella profunda de la inestabilidad.

¿Soluciones? Los empresarios han elevado la voz y exigen al Gobierno tomar medidas para mantener expeditas todas las rutas por las que, según ellos, circulan diariamente aproximadamente 1.500 camiones. Dirigentes del ámbito laboral repiten el viejo argumento de que poner atajo a los bloqueos sería “criminalizar” las luchas sociales. Partiendo de la Constitución, existe abundante normativa al respecto, no hacen falta nuevas leyes ni decretos. Solo faltan acciones proactivas para construir consensos que permitan aplicarla. Y a la vez mejorar la gestión pública para adelantarse a estallido de los conflictos. ¿Será mucho pedir?

Carlos Soria Galvarro es periodista