Soledad Barret, la vida es tempestad (Virginia Martínez)

Fragmento condensado del libro
Historia de la familia Barrett: literatura resistencia y revolución Montevideo, 2017

Si Moscú alejó a Soledad de Uruguay, La Habana volvió a torcerle el camino. Allí conoció al ex marinero brasileño José María Ferreira de Araújo y decidió unirse con él a la organización guerrillera Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR).

«A Soledad la conocí en marzo o abril, cuando volví a Cuba, ya como canjeado por el cónsul japonés. Era linda, formaba una hermosa pareja con José María. Ñay, por ese entonces con dos años, supongo, era una niñita de impresionante belleza. Vivían en un hotel en el centro de La Habana. Ya no recuerdo cuál. Soledad no era formalmente militante de la VPR. Simpática, hablaba de un modo seductor, firme en sus opiniones, tenía un discurso muy revolucionario, como el compañero, aunque era crítica en relación a algunos aspectos de la revolución cubana. Pidió incorporarse a la VPR como combatiente, por lo tanto estaba dispuesta a arriesgar su vida en Brasil, después de que José María se había ido pero creo (no estoy seguro) que fue antes de que conociéramos su muerte. Es decir, la ida de Soledad a Brasil no fue consecuencia de la muerte de su marido y tampoco estaba planificada desde antes. Nunca se propuso que fueran juntos o se reuniesen más tarde en Brasil. De todas formas, planteada la partida de Soledad, decidimos de común acuerdo que Ñay se quedaría con Damaris, por eso pasaron a vivir juntas. La solución parecía la más recomendable. Damaris tenía hijas e hijo solo un poquito mayores que Ñay, era un militante “histórica” y de valor comprobado, le encantó ganar una hija “adoptada”, y la casa en que vivían era lo suficiente amplia para acoger a otra niña».1

Parece claro que la decisión de Soledad de integrarse a la lucha en Brasil no fue producto de la desaparición de José María. La tomó con sus nuevos compañeros políticos, con la formalidad y de acuerdo al procedimiento que seguía la VPR. Soledad y Ñay llegaron a casa de Damaris en junio de 1970. En esa fecha José María todavía estaba preparando el regreso. Según Damaris, él sabía de los planes de Soledad y, aunque casi no tuvo tiempo de tratarlo, recuerda que se despidió pidiéndole que cuidara a la niña. «Algún día volveremos a encontrarnos», le dijo.

Si la patria era el continente, poco importaba a qué país ir a pelear. La mayoría vivía bajo dictadura y en todos había que luchar por la revolución socialista. La decisión de Soledad no suponía abandonar el combate en su país, apenas postergarlo. «Cuando triunfemos en Brasil, vamos por Paraguay», le dijo meses más tarde a Orlando Rojas, en Montevideo.2Sin embargo, ni una sola de las noticias que salían de Brasil o de Paraguay podía sostener la confianza en una victoria a corto plazo o sencillamente en la victoria. Había llegado a Cuba tres años antes con el objetivo de continuar el entrenamiento militar iniciado en Moscú para volver a Paraguay con el Comité Juan Carlos Rivas. Pero ese, como todos los intentos de resistencia armada contra Stroessner, fracasó. La situación en Brasil no era mejor. Lo que esperaba a los militantes era la prisión, la tortura y la muerte.

Para Damaris no fue fácil hacerse cargo de Ñasaindy. Era una viuda reciente. Venía de la cárcel y la tortura y estaba viviendo una experiencia nueva y difícil, la del exilio, ocupada en aprender el español y entender la sociedad cubana. Además de los tres pequeños, tenía a Ariston, muy joven y muy lejos, en la guerrilla. Pero el compromiso con la organización estaba por encima de las consideraciones y penurias personales: «Como combatiente, recibí aquella misión como un empeño para el futuro. Acepté porque era una tarea revolucionaria».3

En agosto de 1970 –Soledad todavía vivía en Cuba con ella– supo que Ariston había caído en manos del DOI-CODI. Luego de días de tortura en San Pablo lo subieron a un helicóptero y lo hicieron sobrevolar el valle del Ribeira. Querían que les explicara cómo había escapado con Lamarca y sus compañeros. Lo sentenciaron a treinta años de cárcel, condena que luego cambiaron por la de muerte y finalmente por prisión perpetua. En ese entonces Ariston tenía 19 años.

La casa de Damaris en Siboney, un barrio habanero que antes de la revolución era de clase alta, reunía a los exiliados brasileños. Los jóvenes llegaban allí en busca de calor de hogar, jugaban con los niños y los ayudaban con los deberes. Damaris, una maestra de la cocina popular, los recibía con platos y postres que les recordaban el sabor del país y de la casa familiar.

A pesar de que entonces era muy pequeña, Telma reivindica la claridad de sus recuerdos y la aptitud de los niños para recordar. Así evoca a Soledad: «Era una mujer hermosa. De pelo largo y lacio. Y de risa fácil. Tenía un aire de actriz. Sabía cantar y bailar. Le gustaba mucho cambiarse de ropa, se ponía un sombrerito, siempre llevaba el pelo suelto. Me acuerdo que cuando tuve sarampión ella me acompañó al Hospital Naval. Tenían que darme una inyección. Soledad me aseguró que no me iba a doler y después me llevó a comer dulces y a jugar en un parque llamado Coney Island».4

De los militantes de la VPR que iban a la casa de Siboney, Damaris recuerda bien a los que serán asesinados con Soledad en Recife: Pauline Reichstul, Eudaldo Gomes da Silva y Evaldo Luiz Ferreira.

Pauline había nacido en Praga el 18 de julio de 1947. Era hija de un matrimonio judío polaco que llegó a Brasil huyendo del nazismo. Creció y estudió en San Pablo. Muy joven, se enamoró de Ladislau Dowbor, un muchacho, también de origen polaco que pocos años después será un hombre de acción y un cuadro teórico de la VPR. Cuando los padres de Pauline supieron que estaba de novia con un goi, la mandaron a Israel con la esperanza de que olvidara a su inconveniente novio.

La pareja sobrevivió a la distancia y al cabo de un año se reencontró en Israel. Dice Ladislau: «…Pauline no había recibido una sola carta mía que no hubiese sido abierta antes por el padre, que, incluso, le había retirado el pasaporte para que no pudiese salir del país. Ella no podía salir y yo no me podía quedar porque era turista y no era judío, y solo tenía un permiso de tres meses».5 Con la ayuda de la cónsul de Dinamarca, se hicieron de una visa para entrar a Italia. Finalmente, resignado, el padre le devolvió el pasaporte. Se mudaron a Suiza, donde él estudió Economía y ella se inscribió en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Ginebra. Trabajó al lado del biólogo y psicólogo Jean Piaget, pionero en investigaciones sobre la inteligencia y los procesos de aprendizaje.

Volvieron a Brasil en 1968 y se integraron a la guerrilla. Jamil (ese era el seudónimo de Ladislau) fue detenido. Salió de la cárcel, expulsado a Argelia, con los presos canjeados por von Holleben. Pauline viajó para verlo pero en lugar de reencuentro hubo separación. Jamil entendía que la realidad imponía cambiar el método de lucha y disolver la VPR como organización político militar. Pauline, en cambio, tenía posiciones cada vez más radicales. A principios de 1972 él voló a Santiago para participar en una reunión de la VPR en la que argumentó por la disolución: «…la propuesta fue derrotada. Quedó claro para mí hasta qué punto muchos votaron con la emoción más que con la razón, y sobre todo poniendo en la balanza el sentimiento de culpa por sentirnos protegidos estando en el exterior mientras otros morían en Brasil. No lo condeno, pues nadie es razón pura. Pero fue importante para mi formación y comprensión de que un grupo político –y más tarde vería que también es el caso de los grupos religiosos y hasta científicos– puede crear un tipo de realidad virtual, hablando un vocabulario distinto, y perder el contacto con la realidad».6

Pauline se fue a Cuba con el propósito de cumplir el entrenamiento militar y regresar lo antes posible a Brasil. En eso estaba cuando comenzó a frecuentar la casa de Siboney. Damaris habla de ella como una muchacha tranquila y educada. Su seudónimo era Amelia. Vivía en una chacra con otros compañeros y le gustaba mucho jugar con los niños y comer la torta con helado que le preparaba la dueña de casa.

Liszt Vieira la recuerda como una joven culta y políglota: «Yo la veía como un pez fuera del agua. Estaba un poco perdida, como la mayoría de nosotros. Se hizo pareja de Eudaldo como un ancla para su soledad e inseguridad. Y asumió un discurso ideológico que no lograba ver la realidad política». Según Vieira, El Bahiano, como le decían a Eudaldo, tenía otras características: «Era un hombre valiente, honesto, con mucha fibra, de origen popular y totalmente dedicado a la Revolución. Pero no tenía gran capacidad de análisis. Pauline era diferente».7

Eudaldo Gomes da Silva había nacido en Bahía el 1º de octubre de 1947. Estudiaba Agronomía y, como tantos universitarios de su generación, en pocos meses pasó de la militancia gremial a la lucha armada. Estaba trabajando en el relevamiento de información y la vigilancia preparatoria del secuestro de Von Holleben cuando lo detuvieron. Estuvo en el DOI-CODI de San Pablo, donde resistió la tortura sin entregar un dato. La operación pudo seguir adelante y poco después él mismo estuvo entre los cuarenta presos canjeados por el diplomático. En Argel dieron una conferencia de prensa y se retiraron a una colonia de vacaciones en Ben-Aknoun, cerca de la capital. De esa estadía hay una foto colectiva en una escalinata de la colonia. Delgado y serio, Eudaldo saluda con el puño en alto. Poco después voló a Cuba para el obligado entrenamiento que le permitiría ir al primer frente. En La Habana conoció a Pauline y, casi enseguida, se fueron a vivir juntos.8

Mauricio Paiva también llegó a Argelia en el grupo canjeado por el diplomático alemán. Su testimonio es elocuente de lo que sentían los militantes, sobre todo los liberados en canje de los diplomáticos secuestrados. Adonde llegaran se consideraban de paso, pues solo pensaban en volver: «En aquellos días teníamos prisa por llegar. O por emprender el camino de nunca llegar. No nos pasaba por la cabeza la idea de vivir el destino de los españoles, que hacía más de treinta años que esperaban volver a España el próximo año. Eso nunca. El camino de vuelta pasaba por Cuba y eso presuponía retomar contactos, documentación, recursos, preparación militar».9

Evaldo Luiz Ferreira de Souza era de Río Grande del Sur. Nació el 5 de junio de 1942 en Pelotas. Estudió en la Escuela de Marineros de Santa Catarina, se afilió a la AMFNB y lo expulsaron de la Marina luego del golpe de Estado. Estuvo preso casi un año y cuando salió en libertad se integró al MNR de Brizola. Se exilió en Montevideo y viajó con Anselmo a La Habana. Cuando regresó a Brasil era uno de los que llevaban más años fuera del país y en Cuba, por lo que bien podía considerárselo el más antiguo de «los antiguos».10

Las noticias que llegaban de Brasil eran cada vez más negras. El vendaval de secuestros de militantes de todas las organizaciones era imparable. Con la diferencia de que ahora no había, como antes, relevo. Nadie tomaba el lugar de los caídos. Por el contrario, simpatizantes y colaboradores desertaban o rehuían el compromiso aterrados por lo que se sabía, y la dictadura hacía para que se supiera, les esperaba. Tortura, asesinato y enterramiento clandestino. La muerte de los compañeros en Brasil comprometía más a los que estaban en el exilio. Muchos habían sido rescatados de la cárcel por la organización y se sentían obligados a retomar la lucha. Dice Japa: «Los últimos VPR que regresaron a Brasil, Eudaldo y Pauline, que componían una pareja, nos dieron un ultimátum: o los ayudábamos a volver como organización o volverían por su cuenta. Los ayudamos. (…) Es imposible hoy transmitir a las nuevas generaciones el espíritu que reinaba en aquellos años sesenta y setenta entre los que creían en la posibilidad de servir de motor a la revolución. El sentimiento de potencia, de plenitud, de contribuir a la redención y a la felicidad de toda la Humanidad, y todo basado en teorías “científicas”, generaba un impulso irresistible al heroísmo, al martirio. (…) La renuncia a la vida propia, incluso a la propia vida era algo natural».11

Damaris aún recuerda con tristeza el comentario de Eudaldo poco antes de despedirse: «Mandé a lavar el terno, porque es el que voy a vestir cuando esté muerto», dijo con algo de humor negro y más de oscuro realismo. «No digas eso», protestó ella. «Es así, Damaris. Vamos a la lucha y sabemos que es la vida o la muerte», respondió.12

A principios de diciembre Soledad terminó de prepararse para la partida. Le dejó a Damaris una carta para Ñasaindy. Debía entregársela solo si no volvía y cuando la niña tuviera uso de razón. El 16 de diciembre de 1970 salió de La Habana.

Fuga hacia adelante

Soledad aterrizó en un Santiago lleno de entusiasmo en la construcción de la vía chilena al socialismo, como la llamó Allende. Una transformación estructural de la sociedad que se haría con el voto popular y no por las armas, y que se proponía alcanzar el socialismo respetando la pluralidad de partidos y las libertades políticas e individuales. Socializar los medios de producción, nacionalizar la banca, el comercio exterior, la minería de hierro, cobre y salitre, y profundizar la reforma agraria, estaban entre los postulados del programa de la Unidad Popular, la coalición de izquierdas que ganó las elecciones presidenciales en setiembre de 1970. Se alojó en casa de Nany [su hermana cantora, CSG], un centro de bohemia artística y compromiso político que reunía a latinoamericanos del Norte y del Sur. Le confió la partida que certificaba que Ñasaindy había nacido en Cuba y era hija suya y de José María, y le pidió que se hiciera cargo de la niña si algo le pasaba.

En los primeros meses de 1971 llegó a Montevideo a esperar instrucciones de Onofre [líder de VPR, CSG]. Se había ido de Uruguay ocho años antes siendo una adolescente, célebre entre los suyos pero también, y sobre todo, una muchacha que había vivido la mayor parte de su vida en el campo y que sabía poco del mundo. Volvía una mujer independiente, acostumbrada a viajar y a mudarse de país. Viuda a los 26 años, con una hija pequeña a quien nadie de su familia conocía, venía dispuesta a probarse en una lucha para la que había estado preparándose desde hacía mucho tiempo. Si antes sus camaradas fueron jóvenes comunistas uruguayos, ahora hizo nuevas amistades políticas y personales. Semiclandestina y a la orden de la VPR, no fue a vivir a la casa de Enrique Martínez 1427 sino con Rita Gutiérrez y Federico Ferrando, un matrimonio de militantes del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) Tupamaros. Dice Rita: «A Soledad la trajo a casa Eduardo Terra, el responsable político de Federico. Vivió con nosotros hasta que se fue de Uruguay, pocos días antes de las elecciones de 1971».13 Curiosamente, la pareja vivía en un edificio de apartamentos de la calle General Prim, a una cuadra de la panadería Brigitte, a la cual Soledad había entrado herida la ya lejana noche de julio de 1962.

Como todos los que la conocieron, Rita la recuerda por su belleza y calidez: «Era muy extrovertida, simpática y pizpireta. No sé qué hacía durante el día porque yo trabajaba, militaba y estudiaba. Siempre nos esperaba con bizcochos y una vez que viajó a Buenos Aires me trajo de regalo un perfume. Aunque compartimos un tiempo corto, nos hicimos muy amigas. Me contó que tenía una hija, pero no recuerdo que la llamara por su nombre. Para nosotros ella era Sol. Yo sabía que estaba esperando para entrar a Brasil pero no preguntaba ni quería averiguar más».

La estadía de Soledad en Montevideo reunió por última vez a la particular comunidad político familiar que eran los Barrett. Preocupados por la información que manejaban de que la guerrilla brasileña estaba carcomida por infiltrados, Pacho y Rafael intentaron convencerla de que no fuera a Brasil. «Por un lado, Soledad era una mujer de coraje, decidida a todo, y por otro, tenía actitudes, diría casi infantiles, que podían ponerla en riesgo. Como si no viera el peligro. Algo inexplicable entre nosotros, que teníamos una gran cultura de compartimentación, seguridad y disciplina partidaria. Pacho no podía creer cuando la vio llegar de visita a los viejos a la casa de Enrique Martínez», dice Rafael.14

En esos días se enteraron de que habían asesinado a Lamarca. Helicópteros y hombres armados con metralletas cercaron el poblado Buriti Cristalino, en el sertón bahiano, donde se escondía. Torturaron a los pobladores, les mataron los animales y destruyeron sus casas en busca de información sobre el prófugo más buscado por el Ejército. Lamarca y su compañero, el metalúrgico José Campos Barreto, Zequinha, escaparon pero solo por unos días. Esqueléticos y agotados, el 17 de setiembre llegaron a un pueblito donde alguien los denunció. Después de matarlos, cargaron los cuerpos, los arrastraron por las calles de Brotas de Macaúbas y los expusieron en una cancha de fútbol. En marzo de ese año Lamarca había abandonado la VPR por discrepancias con una organización que –escribió en el pedido irrevocable de baja– estaba dominada por el sectarismo, alienaba a los militantes y deformaba a sus dirigentes.

Ni la caída de tantos compañeros, ni la muerte de Lamarca, ni las luchas internas de la VPR hicieron a Soledad desistir del proyecto que, según Rafael, era un disparate político y personal. Por el contrario, convocó al hermano menor para que la ayudara a instalarse en San Pablo. Jorge era un joven de 20 años, sin militancia, aunque desde que tenía memoria había sufrido las consecuencias de la persecución y el exilio familiar. Álex estaba clandestino cuando él nació y se recordaba desde pequeño yendo a visitar al padre a la cárcel. Hacía diez años que vivía en Montevideo, donde estudiaba, tenía amigos y como todos los hermanos Barrett era bueno para el canto y la guitarra. Soledad le dio diez mil dólares para que viajara a San Pablo y le alquilara un apartamento. De esa manera, casi sin darse cuenta ni proponérselo, Jorge asumió una responsabilidad que podía costarle cárcel o muerte.

A fines de 1971 Soledad dejó Montevideo. Rafael recuerda que se despidió de los padres pero no está seguro de que se haya despedido de él. Antes de irse escribió en una hoja de cuaderno un poema hondo y sombrío que le dejó a Rita Gutiérrez: «sangre nostalgiosa/tan normal y tan llena/ te buscará en la distancia/cual lamento de quenas./ya nada quedará en su sitio/como nunca, latirán las venas/las cosas viejas, tristes, todo lo que fue ayer/llorarán desgraciadas/como recuerdos en pena/arrollada en olvidos./tal vez algún suspiro nos recuerde que estamos, que somos, que existimos./será solo un suspiro/una nube que pasa/mi raíz sin semillas, sin frutos/un intento frustrado/convertido en colgantes».

En Santiago

Anselmo dice que nunca supo ni averiguó cómo la Policía llegó al apartamento de la calle Martins Fontes donde vivía con Edgar de Aquino Duarte. Tampoco se conoce con exactitud la fecha, si hubo una, en que cayó en manos del DOPS. Es posible que lo hayan detenido el 30 de mayo de 1971. Eso, si se acepta la hipótesis de que no fue un agente infiltrado sino un preso que se quebró en la tortura.

Aquino Duarte le contaba a sus compañeros de prisión que lo habían secuestrado después que Anselmo, con seguridad bajo tortura, pensaba él, entregara la dirección de la casa donde vivían juntos. Recordaba que una noche Anselmo cometió una imprudencia que terminaron pagando caro los dos. Al pasar frente a un hotel vio que estacionaba un ómnibus de donde bajó la selección cubana de básquetbol femenino. Se acercó alegremente a saludar a las deportistas. Se presentó, hizo gala de su buen español y hasta les entregó un regalo para Fidel Castro. Aquino Duarte creía que la innecesaria exposición había hecho posible que lo siguieran y detuvieran.

A diferencia del encuentro con las deportistas, la decisión de Anselmo de abandonar la lucha armada no era reciente ni casual. Venía de lejos. La habría tomado luego de vivir tres años como un náufrago en Cuba. En un informe que escribió para el DOPS relata las etapas de ese periplo: «Pedimos para estudiar o trabajar. No nos lo permitieron, no teníamos documentos y tampoco podíamos hacer nada por iniciativa propia para salir de la situación de parásitos (…) Finalmente llegó Onofre Pinto, con plenos poderes de la VPR para tratar con los cubanos. (…) Nos habló del desarrollo y la perspectiva de la lucha armada como algo excepcional. Se comprometió a arreglar los documentos que necesitábamos y dijo que nuestra vuelta a Brasil era de gran importancia para la lucha. Poco después, entre conversación y conversación, Onofre Pinto empezó a chocar con los cubanos. Hasta que llegó Shizuo Osawa [Mario Japa] que resolvió más diplomáticamente la relación entre la VPR y los cubanos».15

Según admitió años más tarde en una entrevista, se integró a la VPR no por convicción sino porque era la única organización política que podía ofrecerle lo que necesitaba para salir de la isla: documentos, dinero y una justificación.16 Aun si no fue un agente de Inteligencia plantado en las organizaciones de izquierda, en Cuba ya había adoptado una actitud que tenía los componentes del doble juego. Había dejado de pensar como parte de una organización política para servirse de ella con el objetivo de resolver su destino personal. Sus compañeros creían que mandaban a Brasil a un militante convencido, a quien le dieron mensajes para Lamarca y le confiaron la responsabilidad de contribuir a reorganizar la VPR. Él simuló que aceptaba la tarea y embarcó a otros en ella cuando ya no creía en la revolución socialista ni en la lucha armada. Afirmar, como lo ha hecho, que la decisión nació de un mandato de conciencia para liberar a Brasil de la escalada terrorista y la guerra civil es una justificación que poco tiene que ver con las decisiones que se toman por imperativo ético.

El nuevo Anselmo se puso al servicio de Fleury. Le asignaron una oficina en el cuartel del DOPS y pasó de escribir informes a la acción. Le entregaron un Fusca y montaron un local donde escondieron micrófonos y adonde llevaba a los compañeros. Dice Anselmo: «Por allí pasaron varios militantes, obedeciendo el ceremonial de las reglas de seguridad, utilizando lentes oscuros que no permitían la visión, “compartimentados”».17 Allí se reunió con José Raimundo da Costa, Moisés, que integraba la corriente radical de la VPR, para discutir del futuro de la organización guerrillera. Desde el apartamento de enfrente los hombres de Fleury grababan la conversación.

A fin de año surgió la idea de lanzar una audaz operación fuera de fronteras para atraer hacia Brasil a los militantes que estaban en el exterior. El trabajo de Anselmo, más la información arrancada a los presos, había dado buenos resultados; ahora se imponía el asalto final a la VPR.

Buena parte de los cuadros de la organización, entre ellos Onofre Pinto, se había mudado a Chile. Anselmo se atribuye la iniciativa de la operación. Era una acción riesgosa pues en Santiago ya se manejaba información sobre el cambio de bando del ex marinero. «Hice la propuesta: me voy para Chile y entro en contacto con Onofre Pinto. Ahí voy a tener la información de lo que se viene. Fleury aceptó y se hizo la operación. Fui a la frontera con Uruguayana, tomé un ómnibus y crucé a Argentina, pasando por Santa Fe, Córdoba, Mendoza. De ahí, otro ómnibus que hacía la carretera andina y llevaba a Chile».18

En Santiago convenció a Onofre de su lealtad. Argumentó que un colaborador no asumiría el riesgo de abandonar la protección de que gozaba en Brasil para ir a someterse al juicio de sus antiguos camaradas. Como prueba de fidelidad sugirió incluso la posibilidad de que lo retuvieran en Santiago y le impidieran regresar. Estaba a disposición de la organización y obedecía sus órdenes.

Onofre le confió la reinstalación de bases en Brasil a partir del regreso de militantes del exterior. Anselmo propuso mudarse a Recife, donde podría montar la infraestructura necesaria para recibirlos. Volvió con cincuenta mil dólares para empezar la tarea. A partir de ese momento, y sin saberlo, la VPR comenzó a financiar su propia destrucción.

Fleury lo esperaba en Uruguayana. Volaron juntos en un avión militar, en el que, según Anselmo, evaluaron el resultado del viaje y discutieron las siguientes etapas del plan: «Se abrió una de las páginas finales del movimiento guerrillero en Brasil. Yo estaba al frente. Fleury podía acompañar paso a paso una de las últimas tentativas de exacerbación de la violencia guerrillera».19

Según él, el DOPS también infiltró en la VPR a un policía del equipo del comisario llamado Carlos Alberto Augusto, conocido por el seudónimo César.20 Anselmo debía presentarlo como un compañero reclutado por él, especialista en documentos falsos. En este, como en otros aspectos, Anselmo ha enmendado la historia a lo largo del tiempo. En la entrevista que dio al periodista Percival de Souza se refiere a César como un agente del DOPS plantado en la VPR para colaborar con él. Doce años después, un nuevo relato reduce el efecto de su propia colaboración y subraya la acción de César: «Llegaba alguien a casa y luego Carlos Alberto lo seguía.

Él hacía todo el trabajo posterior. Lo que sucedía afuera era trabajo de la Policía, yo no sabía nada. (…) Yo no era un agente operativo, yo era un preso y quien pasaba toda la información era “mi sombró, uno de los hombres de Fleury».21 El agente doble y su sombra hicieron una amistad que se mantiene hasta el presente. Anselmo lo estima como amigo y protector y él corresponde llamándolo héroe y patriota: «Actuó como hombre de verdad, evitó muchas muertes, procuró ayudar a las autoridades en su deber cívico de brasileño».22

Anselmo admira a Fleury, a quien todavía llama Doctor: «Pueden maldecir sus métodos. Pero contribuyó a frenar la locura, utilizando muchas veces la ley del Talión. Era una persona fascinante. Tenía un lado profesional duro y utilizó lo que estuviera a su alcance para cumplir con la tarea que le fuera confiada por la historia. Tenía otro costado poético, con momentos de introspección romántica, garabateando versos en pedazos de papel».23

Al parecer Anselmo también tenía algo de poeta. Japa dice que era distinto al común de los marineros y que tenía pretensiones intelectuales: «Le gustaba convivir con poetas. A veces se aventuraba a escribir poemas, sin gran talento. En Cuba teníamos demasiado tiempo libre y él buscaba convivir con intelectuales, entre los que había muchos disidentes (moderados, críticos del régimen cubano en círculos cerrados, nada de conspiración ni oposición abierta). Esto lo supe por conversaciones con el mismo Anselmo y por informaciones de terceros».24

Japa y sus compañeros, aun aquellos que como Soledad criticaban la sociedad cubana, vivían con entusiasmo el desafío que suponía la construcción del socialismo. Anselmo, en cambio, había tomado distancia. La desilusión de la Revolución Cubana no alcanza a explicar su conducta pero importa porque él la ofrece como causa para justificar su decisión.

Lita y Daniel

Para el asalto final a la VPR Anselmo usó el seudónimo Daniel. En esa época también se presentaba como Jadiel o Américo. En el DOPS lo llamaban Dr. Kimble, como el protagonista de la serie de televisión estadounidense «El fugitivo».25 Soledad era Lita o Sol.

En San Pablo, Soledad seguía esperando indicaciones de Onofre para su primer contacto en la ciudad. Por fin, un día recibió un mensaje con la fecha y el lugar de la cita pero nadie se presentó al encuentro. Recién un domingo de principios de febrero de 1972 coincidió con Daniel en la Plaza de la República. Él le expuso el plan de la organización para crear una base en Recife donde recibir a los compañeros que vendrían de Cuba y a los que irían sumándose después. También hablaron de la lucha interna de la VPR y del apoyo de Onofre.

Soledad le mencionó que su hermano Jorge estaba con ella y que aunque no tenía experiencia ni formación política, se podía contar con él. Lo más importante era que estaba limpio y tenía pasaporte legal. Anselmo lo invitó a cenar y le preguntó si quería viajar a Chile. Jorge aceptó. En el primero de los tres viajes que hizo a Santiago conoció a Onofre. Se encontraron en el apartamento de Nany en la calle Diagonal Paraguay, frente al cerro Santa Lucía. También desde el teléfono de la casa, apartándose de las normas de seguridad y de lo que dictaba el sentido común, Onofre llamaba a Anselmo. Jorge volvió de Chile con documentos y veinte mil dólares para el trabajo de la base de Recife.

Poco después Daniel recogió a Soledad en San Pablo y partieron al Nordeste en el Fusca del DOPS. Se instalaron en Olinda, una pequeña y antigua ciudad del estado de Pernambuco, donde él había alquilado un apartamento. Simularían ser un matrimonio dedicado a la venta de ropa y artesanías. Se pusieron a trabajar y pronto la fachada se hizo, a medias, realidad. Montaron una boutique llamada «Mafalda» donde exponían e intentaban vender los tapices de Anselmo y las blusas que mandaba confeccionar Soledad. La vida común hizo el resto. Eran jóvenes, se gustaban y, como muchos otros militantes clandestinos, no tenían tiempo que perder. Pero el apartamento que Soledad creía local de la VPR, en realidad era, como el Fusca, del DOPS. O más precisamente alquilado con dinero de la VPR al servicio de la operación de Fleury con sus agentes Kimble y César.

«Mafalda» no prosperó. Tuvieron que cerrarla y se mudaron a un apartamento que Anselmo alquiló en un edificio llamado Primavera, en el barrio Rio Doce. Poco después compró un predio en un lugar conocido como Sitio de San Bento, al este de Abreu e Lima, ciudad satélite de Olinda. Era un solar amplio y apartado, con dos cabañas, donde podían reunirse, alojar a los compañeros del exterior e incluso hacer prácticas de tiro.

El núcleo central de la VPR en Recife lo constituían Soledad, Pauline, Eudaldo y Evaldo, recién llegados de Cuba, y otros dos muchachos que vivían legalmente en Brasil. Uno de ellos se llamaba Jarbas Pereira Marques. Tenía 24 años y había estado preso por su militancia de estudiante. Casado con Tércia Rodrigues Marques, tenía una hija pequeña llamada Nadejda y trabajaba en la «Librería Moderna».

El otro era José Manoel da Silva, un ex marinero pernambucano. Lo unía a Anselmo una estrecha amistad nacida en las luchas por la creación de la AMFNB, de la que él también había sido fundador. Como conocía bien Recife, se había encargado de recibir e instalar a Anselmo cuando este desembarcó solo en la ciudad. Estaba casado con Genivalda Melo da Silva y tenían tres hijos, Auro Vladimir, Andrea Virginia y Ana Valeria. Vivían en Toritama, un municipio cerca de Recife.

Jorge llegó a Olinda en marzo de 1972. Lo acompañaba un amigo que ignoraba la militancia de Soledad y solo estaba interesado en divertirse y conocer las famosas playas de Pernambuco. En su estadía ocurrió un hecho que debió haber alarmado a Lita y Daniel. Tenían fecha marcada para un contacto en Boa Viagem pero como ninguno de los dos podía ir, le pidieron a los muchachos que fueran en su lugar. Jorge y el amigo se instalaron en el sitio indicado, donde en algún momento se presentarían los compañeros, con una contraseña. Mientras conversaban, se dieron cuenta de que al fin de la calle había un Volkswagen azul. Desde atrás del auto, hombres de no muy buen aspecto les tomaban fotografías con teleobjetivo. Se reían en actitud provocativa o burlona. Nervioso e intuyendo peligro, el amigo quiso irse; más disciplinado, Jorge lo convenció de respetar el tiempo acordado con Soledad. Nadie se presentó al contacto. De vuelta en casa comentaron lo sucedido pero tanto Anselmo como Soledad le quitaron importancia al hecho. Los tranquilizaron diciéndoles que con seguridad los hombres del Volkswagen eran turistas.26

En esos días Jorge conoció a María Dilênia, la hija de un profesor de literatura y artista plástico amigo de Anselmo. Habían hecho amistad en Recife, donde a Anselmo, como antes en Cuba, le gustaba mezclarse con la bohemia del lugar. Cuando Soledad se mudó a Olinda, se sorprendió al encontrar que la casa donde iban a vivir juntos era centro de reunión de jovencitos, artistas y país de santo de Umbanda, entre otros personajes alegres y desprejuiciados que frecuentaba Anselmo. Se juntaban a conversar y escuchar música, fumaban marihuana que les compraba el dueño de casa aunque él no la consumía y se reían a carcajadas con chistes de doble sentido y subidos de tono. Por el riesgo que suponían amistades tan heterodoxas, pronto Soledad impuso una vida más disciplinada, acorde al canon del militante clandestino.27

Jorge y Leninha, como llamaban en la familia a María Dilênia, se ennoviaron pese a la cerrada y por momentos violenta oposición del padre. Cuando el hombre vio que la muchacha no tenía intención de romper el noviazgo, la echó de casa. A partir de ese momento Leninha vivió con ellos en el apartamento de Rio Doce.

Un día Anselmo llegó anunciando la solución para resolver los problemas de la pareja. Había conseguido una entrevista con el arzobispo de Olinda y Recife, monseñor Hélder Câmara, seguro de que él accedería a casarlos y que así fueran independientes. El «arzobispo rojo», como le decían los militares, era un hombre bien conocido por la oposición al régimen, la defensa de los derechos humanos y la adhesión a la Teología de la Liberación. Anselmo y la pareja fueron a verlo a la pequeña casa donde vivía. Jorge recuerda la modestia de su habitación, en la que solo había una mesa, una silla, una hamaca y montañas de libros. Le contaron del conflicto familiar y le pidieron ayuda. Don Hélder se dio cuenta de que el matrimonio no era más que un atajo para escapar a la furia paterna. Los convenció de que no necesitaban dar ese paso y los despidió con la tranquilidad de que siempre podrían acudir a él si en el futuro, y con genuina convicción, decidían honrar el séptimo sacramento.

Anselmo protegía a Jorge como a un hermano menor y tenía una relación armoniosa con Soledad. Compartía con ella el trabajo, el compromiso político y un pasado de militancia. Se querían, aunque no hablaban del futuro ni hacían planes. Vivían modestamente con los dólares que les entregaba la VPR y que él cambiaba a escondidas, pagando una comisión a la gente del DOPS.

Jorge recuerda la explosión de alegría de Anselmo la única vez que concretaron la venta de unas blusas. Trajo una botella de whisky, la sacudió y los roció a todos, festejando. Aun si la vida que tenían era provisoria y podía derrumbarse en cualquier esquina mientras esperaban un contacto o con la muerte de un compañero, podía decirse que Lita y Daniel eran una pareja. Tanto como para que Soledad le mandara a Deolinda una foto de su compañero. Alto y delgado –ella no lo llamaba por el seudónimo, le decía Flaco–, de pelo largo y bigotes. Un joven atractivo, cuya pose tiene algo artificial y quizás arrogante. Al dorso, a pedido de Soledad, Anselmo agregó una dedicatoria: «A la madre, para que conozca a un hijo más. Jadiel, abril de 1972».

Es difícil evocar a Soledad a partir de los recuerdos de Anselmo porque todo lo que él dice está tocado por la traición y la muerte. Con el tiempo ha ido modificando las versiones sobre ella. A veces son retoques menores; otras, cambios sustanciales. Pero siempre que se refiere a Soledad, subraya el origen familiar, la condición de comunista, la formación política y el entrenamiento militar. La militante, engranaje de la maquinaria internacional de conspiración, termina imponiéndose a la mujer. Dice en su autobiografía: «¿Cómo se explica la decisión de esa muchacha de abandonar el refugio seguro, dejando la hija a cargo del Estado cubano? Solamente por el fanatismo ideológico, el lavado de cerebro efectuado en la Universidad Patricio Lumumba, en Moscú, adonde enviaban a los hijos de los dirigentes de los partidos comunistas. Fue allí que Sol recibió el entrenamiento para actuar al servicio del comunismo en cualquier parte del mundo. La familia, por definición, ocupa un lugar sin importancia en el universo emocional del revolucionario. Es una mera referencia de origen. Se abandona a los padres, a la esposa, a los hijos, a los hermanos, a los amigos. Soledad fue entrenada para eso. Nada de eso eliminó sus sentimientos femeninos, el gusto por la belleza y la capacidad de relacionarse y de encantar a las personas. Todo con un objetivo: servir a la acción revolucionaria».28

Sin embargo años de conspiración y vida clandestina no lograron protegerla del peligro que representaba Anselmo. No podía verlo. Confiaba en él y desmintió las denuncias que salían de Chile, atribuyéndolas a la deslealtad de algunos militantes de la VPR. Quizá también los años de militancia le habían enseñado a desconfiar del latiguillo de traidor o agente al servicio de la CIA, al que la izquierda recurría para descalificar al adversario o al disidente.

Después de muchos años, leyendo textos sobre psicología, concluí que Onofre era un psicópata, de esos que desarrollan una obsesión tal por un objetivo que se vuelven incapaces de ver las evidencias más obvias de hechos o factores que estorban su misión. Durante los muchos meses en que llegaban los indicios e incluso pruebas de que Anselmo se había pasado al enemigo, Onofre trató de descalificar cada una de las evidencias o a sus testigos.

Aprovechándose de las reglas de la clandestinidad ocultaba informaciones al grupo que reunió en Santiago».29

Tampoco hay que subestimar su talento para la simulación ni el aplomo y la astucia con las que actuó, que le permitieron transitar a diario entre amigos y enemigos. «Tenía la capacidad de establecer lazos de confianza con los más variados interlocutores, de distintas culturas y clases sociales. Un camaleón. O no hubiera logrado permanecer tanto tiempo (un año y medio) infiltrado, conviviendo con sus víctimas, sin deslices que lo denunciaran, después de una primera sospecha. (…) No es fácil comprender la personalidad de Anselmo. No es un simple traidor, que para no morir hizo todo lo que hizo», concluye Japa.30

La VPR no tenía columna vertebral. Persistía la voluntad de lucha de sus cada vez menos militantes, e islotes de poder o influencia en Cuba y Chile. Onofre Pinto acaparaba los contactos con Brasil y exigió que el caso Anselmo se tratara con estricta reserva. Actuaba sin rendir cuentas y no respetaba los acuerdos tomados en la organización. Por ejemplo respecto del destino inmediato de Soledad luego de salir de La Habana.

A las denuncias de la ALN y de Inês Etienne, se sumó la del veterano líder del Partido Comunista de Brasil (PCdoB) Diógenes Arruda Câmara, llegado a Santiago en setiembre de 1972 tras cuatro años de cárcel. Militantes que hasta ese momento habían aceptado de mala gana la obligación de silencio impuesta por Onofre, reaccionaron e intentaron un movimiento para destronarlo y salvar la vida de los compañeros. Lograron que se convocara a un congreso y a una asamblea preparatoria con delegados de Cuba y de Europa.

Ángelo Pezzuti vivía en Santiago desde hacía un año, al cabo de una corta estadía en Argelia. En el Pleno, Pezzuti dijo claro lo que pensaba: «Mi posición era la de considerar que el cabo era un policía y evacuar el área. La moción suponía quitarle a Onofre el monopolio de los contactos con el área, que pudiéramos avisar a los que estaban allá. Esa posición fue derrotada por ocho a dos. (…) Yo hablaba de una evacuación brusca y simultánea de toda la gente de confianza que estaba en el área. De repente todo el mundo desaparecía ¿se entiende? Matar o no matar al cabo, poco importaba. Pero la gente debía salir».31

La mayoría del Pleno puso en duda la fiabilidad de las denuncias. Onofre argumentó que no podían tener en cuenta el mensaje de Inês Etienne porque como prisionera y torturada existía la sospecha de que fuera un vehículo del enemigo para enviar información falsa. También descartaron, como prácticas divisionistas y sectarias, los avisos de las otras organizaciones políticas. Decidieron que Onofre mantuviera los contactos y la comunicación con la base de Brasil hasta que el futuro congreso se expidiera sobre el punto. Y, como si no tuvieran reflejos ante el peligro, despacharon el asunto con una fórmula propia de una gestión burocrática: la creación de una comisión investigadora. «Era una comisión fantasma, de porquería, que solo servía para apaciguar la conciencia de la gente, diciendo que se estaba haciendo algo. No tenía cometido. No era posible obtener más información. A menos que se obtuviese una confesión del cabo», concluye Pezzuti.

Planearon incluso tenderle una trampa y hacerlo ir a Santiago. Pero Anselmo se negó: «Ya debía conocer los rumores. Fue informado por Onofre en la época que conversamos con él de que había por lo menos dos personas que sabían que era policía. Entonces mandé, conseguí mandar, información completa a Mario [Japa]. Todas las informaciones que había recibido hasta el momento pasaban por Onofre y llegaban cortadas. Mario me escribió diciendo que por los datos que le enviaba, concluía que el cabo era policía. Mario siempre fue honesto y siempre actuó de buena fe. Reveló entonces que ya habían entrado tres personas y dio las fechas de entrada. E insistía que precisábamos, de cualquier manera, evacuar el área. Las personas que habían entrado eran Evaldo, Eudaldo y Pauline».

Según Japa, cuando a fines de ese año Pauline Reichstul entró a Brasil tenía instrucciones de no reunirse con lo que había de la VPR en el país. Sin embargo la base de Recife le renovó la confianza: «Lo que se cuenta (nunca pude comprobarlo) es que el grupo lo convocó a una reunión y le contaron las acusaciones. Anselmo habría puesto su pistola en la mesa y dicho que si no le tenían confianza lo fusilaran inmediatamente. Y así habría logrado recuperar la confianza de los compañeros. (…) No es muy creíble la versión de la pistola sobre la mesa pero algo pasó para convencerlos de ignorar las sospechas».

Con la intención de ganar tiempo y postergar lo más posible el desenlace, Japa puso a circular el rumor –y se encargó de que llegara a Brasil– de que la VPR planeaba hacer un congreso al que asistirían militantes clave del exterior. La idea de atraer a la represión con la promesa de un botín mayor solo podía nacer de la desesperación: «…la posibilidad de detener o matar a otros dirigentes de la VPR que estaban exiliados y volverían a Brasil para el congreso sería una tentación para la Policía y los militares. Una matanza en doble y de dirigentes que habían escapado por medio de los secuestros de los diplomáticos. De esa forma se postergaría la masacre de los que ya estaban en Recife. Un seguro de vida para algunas semanas o meses más mientras buscábamos una forma de salvarlos».32 Pensó incluso en viajar a Brasil para encontrarse con los compañeros y hablar con ellos cara a cara: «…no bastaría una simple carta para convencerlos de que corrían riesgo inminente de muerte, de que todo lo que hacían estaba contaminado. Sería necesario un diálogo con algunos de ellos y eso dependería de las vías de comunicación de que disponía Onofre para establecer un contacto fuera del conocimiento de Anselmo. Quizá fuese indispensable, pese al riesgo, que viajara a Brasil algún militante con experiencia y que gozara de la confianza de Eudaldo, de Pauline, de Evaldo. Yo me disponía a eso pero no era la mejor solución. La clandestinidad de un nisei es siempre precaria. (…) Después supe que cualquier intento estaría condenado al fracaso, tanto por la presencia de un policía infiltrado (cosa que desconocíamos) como por las reglas flojas de seguridad que seguía Onofre. Supimos que muchas veces tuvo diálogos con Anselmo por teléfono. La Policía seguramente tenía todo controlado. Sería imposible hacer algo sin su conocimiento».

Entonces, tal como habían pactado con Pauline antes de su partida, Japa buscó establecer contacto a través de simpatizantes que la VPR tenía en Italia. Logró salir de Cuba recién a fines de 1972. En Italia intentó retomar la comunicación con ella pero no tuvo respuesta. Había llegado tarde.

Secuestro y muerte

Cada vez era más difícil para Anselmo mantener su posición. Tenía el apoyo de Soledad; el resto hacía agua. Planearon un nuevo viaje de Jorge a Santiago para presentar las pruebas que, según él, destruirían la maniobra montada para liquidarlo. Jorge lo vio preparar el envío, fotografiar cartas y documentos. Le dio tres rollos fotográficos que debía entregar a Onofre. Jorge ignora el contenido de los mensajes. No integraba la VPR ni correspondía que manejara información reservada. Se limitaba a hacer de correo. No preguntaba ni quería saber más de la cuenta. A él también empezaba a preocuparle la situación y se animó a insinuarle algo a Soledad. Su respuesta fue tajante: nada malo puede venir de Daniel.

Jorge se quedó unos días en Montevideo antes de seguir viaje. No quiso dejar los rollos en casa de los padres por temor a perderlos en alguno de los cada vez más frecuentes allanamientos a la casa de Enrique Martínez 1427. Los guardó en la chacra de los padres de un amigo, en las afueras de la ciudad. Los escondió en los altos de un depósito, en un lugar inaccesible. Cuando dos o tres días después volvió por ellos, los rollos habían desaparecido. Como en el depósito todo estaba en orden y tampoco habían entrado ladrones, Jorge no encuentra otra explicación que la posibilidad de que lo hayan seguido desde que salió de Recife.

Llegó a Chile con las manos vacías. A esa altura Onofre no esperaba que los negativos tuvieran información relevante. «Daniel tiene que venir a Santiago», le dijo. Y lo puso al tanto de la vieja sospecha, ahora convicción, de que Daniel era un traidor.33 Sin embargo no le informó a nadie de la VPR de que Jorge estaba en Santiago ni de la resolución que acababa de tomar, también a espaldas de la organización. Escribió y ensobró dos cartas. Una para Daniel, en un sobre blanco, y la otra para el resto del grupo, en un sobre de avión. Anselmo no debía conocer la existencia de la segunda carta. Como Jorge no tenía la llave de los contactos con los militantes en Recife, le pidió instrucciones: «¿Qué hago si no encuentro a nadie?». Onofre le dio una semana para hacer el intento. Vencido el plazo, lo autorizó a blanquear el asunto con Soledad. La orden para ella también era clara: entregar la carta a los compañeros sin informar a Daniel.

Jorge volvió a Recife consciente del peligro que corrían. No podía abandonar a su hermana y, a la vez, sabía que no sería fácil convencerla.

Una semana después nadie había llegado a la casa ni él había podido establecer contacto con los compañeros. Entonces se decidió a plantearle el asunto a Soledad.

El viernes 5 de enero le dio el sobre de avión, le transmitió la orden de Onofre y la comprometió a cumplirla. En la madrugada se levantó para ir al baño y vio que la puerta del dormitorio de Soledad y Anselmo estaba entreabierta. Sentados en la cama, iluminados por el velador, leían juntos la carta que ella tenía orden de no entregarle.

El sábado 6 de enero de 1973 Soledad cumplió 28 años.

El domingo al mediodía secuestraron a José Manoel da Silva mientras cargaba nafta en una estación de servicio de Toritama. Se lo llevaron tres hombres en un auto del Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA).

Pasada la medianoche Soledad y Anselmo recibieron la inesperada visita de Pauline y Eudaldo. Venían del Sitio de San Bento, el local de la organización donde vivían. Alarmados por el extraño movimiento de gente y autos en la zona, habían abandonado la casa bajando desde lo alto del sitio por una pendiente escarpada y llena de árboles. Bordearon la orilla del río que corría más abajo hasta que por fin ganaron la ruta y entraron en Olinda.

«La Gorda y El Bahiano se quedan acá –le dijo Soledad a Jorge–. Vieron movimientos raros en la casa». A la mañana siguiente lo despertó anunciándole que se iban a Chile con Daniel, que Eudaldo y Pauline también salían del país y que él y Leninha podían quedarse allí si querían. La tarea del día era reunir el dinero necesario para viajar lo antes posible.

Salieron juntos de la casa rumbo a Recife, apretados en el Fusca. Soledad y Pauline iban a una tienda, Anselmo y Eudaldo a cambiar dinero. Jorge se sumó a último momento, a pedido de Anselmo: «Quiero presentarte a un amigo que va a darte una mano cuando nosotros no estemos», le dijo.

Soledad y Pauline fueron las primeras en bajar. Pasaron por la casa de Gina Alves para liquidar la mercadería que Soledad tenía en consignación, cerrar cuentas y cobrar lo que se pudiera. «Creo que no volveremos a vernos», le dijo Soledad al despedirse. Después siguieron a la boutique «Chica Boa», de Sonja Cavalcanti, donde las secuestraron.

Dice Sonja Cavalcanti: «…el 8 de enero de 1973, entre las nueve y las diez de la mañana, estaba en mi residencia, avenida Conselheiro Aguiar 1934, Boa Viagem, Recife, en cuyo garaje funcionaba la boutique “Chica Boá, de mi propiedad, atendiendo a una proveedora acompañada de una amiga suya cuando algunos hombres (cinco) se acercaron a nosotras tres, estando ellas dos de espalda y yo frente a ellos, siendo uno de ellos alto, fuerte, usaba camiseta y collar de cuentas estilo jipi, llegaron por detrás, les sacaron la bolsa, les agarraron las manos, mientras los otros entraban a la tienda y revisaban los probadores». Por la violencia con que irrumpieron y porque no se identificaron, Sonja pensó que se trataba de un asalto y empezó a gritar: «A esa altura ya estaban golpeando a una de ellas, incluso dándole culatazos en la cabeza, lo que la hizo caer al piso y orinarse (vine a saber después que era Pauline Reichstul) y la otra solo preguntaba: “¿Por qué? ¿Por qué?”. Para sacarlas del local, las ataron y las separaron. A Pauline la tiraron en la caja de un auto con chapa oficial 7831 del INCRA, que bloqueaba la salida del local. Le plantaron los pies sobre el cuerpo y arrancaron. Continúa Sonja: «La otra (Soledad Barrett Viedma) a quien no golpearon, era la persona que me daba a consignación blusas bordadas, la metieron en un Volks, que se encontraba frente a mi casa, equipado con una radio por la que se comunicaban».34 Alarmado por los gritos, el marido de Sonja, Airton Bezerra Lócio de Carvalho, entró a la boutique. Recién en ese momento los hombres se identificaron como agentes de Policía. Le dijeron que se quedara tranquilo y se ocupara de atender a su mujer.

Mientras tanto, Anselmo, Eudaldo y Jorge llegaban al Centro. Estacionaron el Fusca en una calle estrecha. «Entrá ahí, que te cambian dinero. Es un hotel», dijo Anselmo señalándole a Eudaldo un edificio antiguo, que no tenía marquesina ni cartel. Eudaldo miró hacia el edificio y se volvió a Anselmo con gesto de duda. «Sí, andá, acá cambian dinero en los hoteles», lo tranquilizó. Eudaldo obedeció. Adentro lo esperaban Fleury y su gente.

Anselmo y Jorge se quedaron en el auto. «Acá no se puede estacionar. Circulen», les ordenó un policía. Sin prisa, con una naturalidad que dejó perplejo a Jorge, Anselmo sacó un documento del bolsillo y se lo entregó: «Misión oficial», dijo. El policía miró el documento, se lo devolvió y se fue. Jorge no atinó a reaccionar.

Bajaron del Fusca y caminaron una o dos cuadras. Doblaron a la izquierda y volvieron a doblar. Se detuvieron en una calle llena de vendedores ambulantes y pequeñas tiendas. Entraron en un restaurante popular, una fonda que daba de comer a los comerciantes de la zona. Jorge buscó una ubicación que le permitiera mirar hacia fuera pero Anselmo le pidió que le cediera el lugar con el pretexto de que había convenido que el amigo pasara por el frente del restaurante y debía estar atento para salir a buscarlo. Conversaron un rato hasta que en un momento Anselmo le dijo: «Ahí pasó. Ya vuelvo con él». Se levantó y salió. Casi enseguida Jorge sintió un arma apuntándole a la cabeza. «Si te movés, estás muerto». Era Fleury. El resto ocurrió muy rápido. Le sacaron el cinturón, le desgarraron el pantalón y lo empujaron al baño de la cantina. Lo obligaron a tirarse boca abajo en el piso. «Tranquilo, esto no es contra vos», le dijo el policía que lo vigilaba.

Esa tarde el marido de Sonja Cavalcanti quiso denunciar el secuestro en la comisaría de Boa Viagem. La Policía no recibió la denuncia y le aconsejó que se olvidara del asunto.

A Jarbas Pereira lo secuestraron en la «Librería Moderna». Según el testimonio de la abogada Mércia Albuquerque, Jarbas la había visitado días antes en su estudio. Se había enterado de que Fleury estaba en Recife y eso era una alerta de peligro. Convencido de que iban a detenerlo, le entregó a Mércia la libreta de matrimonio, un certificado de nacimiento, el carné de trabajo, fotos de familia y la fotografía de un joven de bigotes que se hacía llamar Daniel o Jadiel, que pasaba por compañero pero que él estaba seguro trabajaba para el DOPS. La abogada se ofreció a ayudarlo a salir de Recife pero Jarbas temía por la seguridad de su esposa tanto si se iba con él como si la dejaba sola con la hija. El 8 de enero, tarde en la noche, Rosalia Pereira Marques llegó a la casa de Mércia con la noticia de que esa tarde dos hombres se habían llevado a su hijo de la librería.35

Del secuestro de Evaldo Luiz Ferreira poco se sabe. Ni la fecha ni dónde ocurrió. Uno o dos meses antes había dejado de tener contacto con el grupo. No volvieron a verlo después de la reunión en la que Anselmo habría puesto un revólver sobre la mesa y la vida en manos de los compañeros como prueba de lealtad. En esa ocasión, sin rodeos, Evaldo lo acusó de traidor. Cuando le preguntaban por él, Anselmo respondía que Evaldo seguía enojado y que, con seguridad, por eso no asistía a las reuniones cuando se lo convocaba.

El 11 de enero la prensa difundió la versión oficial de los hechos, que encubrió el secuestro y el asesinato de seis personas tras la fachada del enfrentamiento armado. «Desarticulan reducto terrorista en Pernambuco», tituló Folha de São Paulo; «Seguridad acaba con el terror en la Gran Recife», informó el Diário de Pernambuco y el Jornal do Commercio publicó las fotos de los «Seis terroristas muertos en Paulista».36

José Manoel da Silva, detenido el día anterior, habría guiado a la Policía al lugar donde estaba sesionando el Congreso subversivo en una chacra en el loteo de São Bento, municipio de Paulista: «En el local dieron la orden de prisión a los terroristas que estaban reunidos, los que, sin embargo, resistieron a balazos. Después de un tiroteo cerrado, en el “local” fueron encontrados algunos terroristas muertos y otros gravemente heridos. Estos no resistieron las heridas y murieron. Dos terroristas consiguieron huir. Terroristas muertos: Eudaldo Gomes da Silva (José, Zacarias) desterrado; Pauline Reichstul (Silvana), extranjera; Soledad Barrett Viedma (Sol), extranjera; José Manoel da Silva (Cirino, Zé Manoel, Gordo); Jarbas Pereira Marques (Sérgio)».37 Según la prensa, José Manoel también había caído en el lugar, bajo las balas de sus propios compañeros.

Al día siguiente la Policía informó que había cercado a los dos prófugos en una localidad del municipio de Paulista conocida como Chã de Mirueira. Ellos también resistieron la orden de detención. Evaldo Luiz Ferreira de Souza murió en el enfrentamiento y el otro, cuya identidad la prensa no difundió, escapó por segunda vez. El recurso de agregar a la historia un prófugo sin nombre tenía un solo propósito: justificar la ausencia de Anselmo entre los caídos. Con la eliminación de Evaldo, el último de «los antiguos» que aún seguía vivo, se terminaba de liquidar el círculo más estrecho de los amigos de Anselmo. A pesar de que la Policía sabía quién era (la prensa publicó la fotografía de Evaldo con su nombre completo), el encabezamiento del informe del levantamiento del cuerpo, la autopsia y el certificado de defunción llevan el nombre Renato Vieira, la identidad falsa de Evaldo.

Cuando Sonja leyó los diarios, reconoció a Soledad y a Pauline en las fotografías de los subversivos abatidos. Comprendió que estaba frente a un operativo policial importante: «…sabíamos que se las habían llevado presas de mi casa en el otro extremo de la ciudad, en Boa Viagem». Ella y su marido se atrevieron a ir a la Orden de Abogados de Pernambuco para denunciar lo que había sucedido en «Chica Boa». No dieron el nombre de las secuestradas ni vincularon el hecho con la información de los diarios, pero dejaron constancia del secuestro.38

La noticia del asesinato de Soledad no tardó en conocerse en Montevideo. Un amigo de la familia que trabajaba en El Popular llegó al taller gráfico de Rafael y Fernando, con un télex que reproducía la versión de los diarios brasileños. Los hermanos no sabían cómo decírselo a Deolinda y a Álex. «Es obra de Stroessner», murmuró Álex cuando pudo hablar. Destruido y lleno de ira, Rafael repetía: «Se lo dijimos, le avisamos». Dos días después se enteraron de que Jorge estaba preso. Onofre había llamado a Nany para darle la noticia. Jorge, el benjamín de la familia. En manos de Fleury.

Indigentes

El 9 de enero el comisario del DOPS Redivaldo Oliveira Acioly ordenó el envío de los cuerpos a la morgue de Recife. Veintitrés años después la abogada Mércia Albuquerque declaró ante la Secretaría de Justicia de Pernambuco que el 9 o el 10 de enero de 1973 un conocido le avisó por teléfono que habían llevado seis cadáveres sin identificar al Instituto de Medicina Legal (IML). Mércia se presentó allí y consiguió permiso para verlos. Algunos cuerpos yacían sobre una mesa y otros estaban tirados en el piso. Hinchados, heridos, con cortes, golpes y balazos: «Jarbas, a quien conocía bien, también estaba en una mesa, con un calzoncillo azul claro, tenía una perforación de bala en la cabeza y el pecho y una mancha profunda en el cuello de un solo lado como si fuese una cuerda y tenía los ojos muy abiertos y la lengua afuera, lo que me chocó mucho (…) uno, al que no conocía, estaba de bermuda, otro en calzoncillo y otro desnudo, tirados en el piso, todos fueron masacrados. Pauline tenía la boca reventada, marcas en la frente, en la cabeza y el cuerpo».39

Salió del IML sin saber qué decirle a Rosalia, que había ido a verla el día anterior preocupada por el secuestro de su hijo, y la esperaba en la casa. Cuando la vio llegar, Rosalia supo que Jarbas estaba muerto. Poco después, ella también se presentó en la morgue y pasó por el trance de reconocer el cuerpo.

La prensa publicó el nombre y apellido de los caídos. La cobertura incluyó fotos y amplia información sobre sus antecedentes políticos, el lugar y la fecha de nacimiento. El Diario da Manhá informó que Soledad era hija de Álex Rafael Barrett y Deolinda Viedma de Barrett, «activistas del Partido Comunista de Paraguay», que tenía vinculaciones con «terroristas brasileños expulsados, afincados en Chile, y también con elementos de las jefaturas de facciones subversivas en Argentina» y que pertenecía «a la organización terrorista uruguaya llamada Tupamaros».40 En el caso de los otros muertos, la información personal y política también es profusa. Sin embargo, a todos los enterraron sin nombre, como indigentes. A Evaldo, en el cementerio de Santo Amaro. Al resto, en el cementerio de Várzea. Solo dos familias recuperaron los cuerpos. La de José Manoel y la de Pauline.

Embarazo

Tres hechos marcan todas las semblanzas y reseñas biográficas sobre Soledad: la condición de nieta de Rafael Barrett, los muslos tajeados con esvásticas y la traición del cabo Anselmo. Desde hace más de veinte años las informaciones que circulan sobre ella dicen que estaba embarazada cuando la secuestraron. Que estuviera esperando un hijo de su pareja y a la vez delator y verdugo, vuelve más abyecta la traición del hombre que no solo entregó a compañeros y amigos sino que también envió a la muerte a su mujer y a su propia descendencia.

Un único pero contundente testimonio sustenta la versión, puesta en tela de juicio por otros indicios y testimonios, de que Soledad estaba embarazada. Es el testimonio que la abogada Mércia Albuquerque dio a la Secretaría de Justicia de Pernambuco veintitrés años después de los hechos. Su declaración es la primera mención del embarazo, de alguien que se presenta como testigo directo (alguien que vio). A partir de ese momento, la información se repite como dato cierto (solo cambian los meses de gestación) en todas las reseñas. Esta es la descripción que Mércia hace del cadáver de Soledad tal como lo habría visto en la morgue: «… en un barril estaba Soledad Barrett Viedma, desnuda, tenía mucha sangre en los muslos, en las piernas, y en el fondo del barril donde se encontraba también había un feto. Quedé horrorizada, como Soledad estaba parada con los brazos caídos a lo largo del cuerpo me saqué el viso y le cubrí el cuello. Era una mujer muy bonita (…) Soledad estaba con los ojos muy abiertos, con una expresión muy grande de terror, tenía la boca entreabierta y lo que más me impresionó fue la cantidad de sangre coagulada que tenía. Tengo la impresión de que la mataron y permaneció mucho tiempo acostada y que la sangre coaguló y quedó atrapada entre las piernas porque era una cantidad grande, y el feto estaba ahí, a sus pies. No puedo saber cómo fue a parar allí, si fue en la morgue misma que cayó, si nació en aquel horror». El testimonio es tan sobrecogedor que cuesta leerlo y más controvertirlo. Un video del grupo Tortura Nunca Más que registra la comparecencia de la abogada en la Secretaría tiene un pasaje que no recogen las versiones escritas de su declaración. Una funcionaria muestra a cámara una foto de Anselmo (la fotografía que Jarbas Pereira le entregó a Mércia cuando fue a visitarla al estudio jurídico días antes del secuestro). Sentada un poco más atrás, Mercia agrega, refiriéndose al hombre de la foto: «Él vivía con ella. Ella estaba esperando un hijo suyo. Estaba embarazada aproximadamente de cuatro meses».

Quien está declarando ante la Secretaría de Justicia de Pernambuco es una abogada que tiene un largo camino en la lucha por los derechos humanos. Defendió a quinientos presos políticos, dio respaldo jurídico y sostén afectivo a muchos perseguidos. Ella misma fue dos veces detenida por el DOPS. Luego de su muerte, la familia donó su archivo personal a la red de Derechos Humanos DHnet.41 El acervo está integrado por más de seiscientas piezas entre cartas, escritos jurídicos, telegramas, poemas y un diario. En más de una entrada del diario, Mércia evoca el horror de la escena de los cuerpos desnudos, marcados e hinchados y el impacto que le causó. Sin embargo, en ningún momento menciona la visión del feto a los pies de Soledad. Tres meses después de los hechos, tras la visita a Jorge Barrett en la cárcel escribe un poema: «No puedo dormir/Escucho el rumor de la brisa/En el silencio de la noche/Me levanto e intento llorar/Escucho gritos en mi mente/Sangre que corre por el piso/Quiero llamar a alguien/ Yo vi seis muertos/Que me provocan angustia/Ultrajados/Baleados/Dos de ellos ahorcados/Miro la noche/Miro al cielo/Busco a Dios y no lo encuentro/ Vuelvo, me acuesto llorando/De pronto reacciono/Pienso en los muertos con respeto/Los amo, a los seis, y el sueño viene enseguida».42 Casi dos años más tarde aparece en el diario la primera y única referencia explícita al embarazo: «Daniel, el responsable de la muerte de Jarbas y Soledad en enero pasado es el cabo Anselmo. El cabo Anselmo responsable de más de treinta muertes, incluida la de Rui, un trotskista riograndense. Elemento peligroso y neurótico. Soledad estaba esperando un hijo suyo y fue muerta por él. Murió sin saber que servía a un cerdo, pues sería demasiado privilegio llamarlo policía».43

Jorge asegura que su hermana no estaba embarazada y que tampoco hay pruebas de que lo estuviera. Ella nunca le dijo que esperaba un hijo y en la casa que compartían las dos parejas no había preparativos ni se hablaba de la llegada de un niño. Jorge recuerda que tres meses antes del asesinato Leninha y Soledad fueron al ginecólogo para colocarse un DIU, por lo que aun si hubiera quedado embarazada después de esa fecha tendría pocas semanas de gestación, lo que vuelve improbable que el feto fuera visible en el fondo de un barril. Dice Jorge: «No había secretos de ese tipo entre Soledad y yo. Ella me lo habría comentado si hubiera estado embarazada. (…) Su aspecto era de vientre plano, nada de barrigas de embarazo de cuatro, de cinco, de seis o de siete meses como dicen en las historias de Internet. (…) Las historias que asignan una edad al feto solo pueden ser consideradas fantasiosas. Nunca hubo evaluación médica de un feto que no aparece en ninguna documentación del Instituto de Medicina Legal. ¿Cómo entonces esos escritores o historiadores pudieron determinar su supuesta edad? Como eso no fue posible, entonces pasaron a tomar especulaciones como si fueran datos reales. Y digo “pasaron”, en plural, porque los hay de los que afirman que tenía un embarazo de cuatro meses, otros de cinco, otros de seis y otros de siete. Supongo que cada uno de estos relatores alegaría que lo tomó de otra fuente, como en el “juego de los sordos”, en el que cada uno susurra una frase en la oreja de un compañero de juegos y este a su vez lo pasa a otro y así continúan».44

El testimonio del médico forense França también se refiere al asunto. Preguntado por el periodista Samarone Lima, respondió que él había estado en el levantamiento de los cuerpos pero no en la autopsia. Pero afirmó que de haber estado embarazada, la autopsia lo habría consignado:

«Samarone Lima: ¿Y el acceso a la documentación sobre el embarazo de la muchacha?

Pedro França: Usted también tiene que investigar eso, tiene que buscar la pericia. Si la tuviera, creo que encontraría la respuesta, porque en esos casos, en un caso así, se abre todo, cabeza, tronco, útero, si hubiera una historia de ese tipo, se abre en el momento.

Samarone Lima: Para que no quede duda ¿no?

Pedro França: Para que no quede duda, ¿entiende? Yo no vi eso, en verdad no observé que estuviera embarazada. No sé, quizá porque estuviese muy shockeado, pasé mucho tiempo shockeado…».

A más de cuarenta años de los hechos y con la información que hoy se dispone sobre el caso, una investigación con el método de la autopsia histórica podría contribuir al esclarecimiento del punto y especialmente a establecer las circunstancias de la muerte de Soledad y sus compañeros.45A cuenta de un estudio más completo y con la prudencia que impone el no haber analizado el conjunto de la documentación, el médico forense Hugo Rodríguez Almada apunta: «El Informe de la Policía Técnica, hecho in situ, está firmado el 8 de enero a las 6 de la mañana. En él se describe el exterior y el interior de la casa y a las víctimas. Ese mismo día a las 15.30 se hizo la autopsia en el Instituto Médico Legal. Tener un examen en el lugar es muy importante (para conocer la posición de los cuerpos, cómo estaba la ropa, ver si hay signos de lucha o desorden). Para algunos ese examen proporciona información forense más relevante incluso que la que surge de abrir el cuerpo en la mesa de Morgagni, donde se realiza la autopsia. Lo ideal es disponer de ambos, la pericia del forense en el lugar y la del cadáver. Respecto al primer examen, por las fotos del levantamiento de los cuerpos no parece que Soledad Barrett estuviera embarazada. Respecto de la autopsia, el informe dice que se le abrió el abdomen, pero nada dice sobre el agrandamiento del tamaño del útero. De existir un embarazo, el útero tendría que estar agrandado, eso sería visible y debería haber sido anotado. La abogada afirma que vio los cuerpos en la morgue, con seguridad ya les habían hecho la autopsia. Es extraño que no le haya llamado la atención el cuerpo abierto. Tendría que haber hecho mención a eso en la declaración. Me costaría mucho pensar que no lo notó. También es extraño que haya un cadáver parado en un barril aunque ignoro de qué manera los transportaban o depositaban».46

Rodríguez Almada entiende que el informe de autopsia es incompleto. Señala, por ejemplo, que el laudo tendría que haber descrito mejor el abdomen y el tórax y examinado el cráneo: «Llama la atención que el informe haga un diagnóstico detallado de los orificios de bala insistiendo en detalles sobre las heridas (diámetro, bordes hacia fuera, bordes hacia adentro) sin haber examinado el hueso. La única forma de saber si un orificio de bala es de entrada o de salida es examinando el hueso, cosa que el forense no hizo. Si se apoya el caño de un arma en la cabeza queda un orificio estrellado, hacia fuera como lo describe el informe. Eso sucede porque la bala entra con una cantidad enorme de gases a un espacio inextensible entre la piel y el cráneo, entonces explota hacia fuera. Si me dicen que un disparo en la cabeza tiene bordes hacia fuera necesito tocar el hueso para saber exactamente cómo fue. Es posible que haya sido un disparo con el caño apoyado en la cabeza. Una ejecución. Y aun si no fue un disparo con el arma apoyada en la cabeza, tiene el aspecto de una ejecución. Además, en un intercambio de disparos es muy difícil que todos los muertos tengan cuatro o cinco balazos en el cuello o en la cabeza. Y algunos lo tienen incluso en la nuca. Es muy raro. Ya hubiera sido raro si no tuviéramos datos previos, mucho más si hay testigos de que a ella la secuestraron en una tienda».

La descripción que Mércia hace de Soledad tal como la vio uno o dos días después de muerta (los ojos abiertos, la expresión de horror) no coincide con lo que muestran las fotos de la Policía Técnica. Como la abogada no la conoció en vida (ni al resto de los muertos, a excepción de Jarbas) existía la posibilidad de que se hubiera equivocado y la embarazada no fuera ella sino Pauline. La confusión pudo haberse originado en la información publicada por el Diario de Pernambuco. Por error, el diario cambió los nombres que lucen al pie de las fotografías: Pauline es «Sol» y Soledad, «Silvana». Sin embargo, con las mismas reservas que para el caso anterior, Rodríguez Almada señala: «La foto del vientre de Pauline Reichstul tomada en el lugar del hecho no es sugestiva de gravidez. Como tampoco es sugestiva de gravidez la cara del cadáver (no tiene lo que se conoce como cloasma gravídico, hinchazón de la cara y los labios característica de las embarazadas). Lo anterior no bastaría para descartar el embarazo, sobre todo si era de pocas semanas. El informe forense de Pauline hace referencia a la presencia de `carúnculas mirtiformes”. Eso es un signo de que la mujer ha tenido una vida sexual activa o tuvo un parto. No es extraño que se haga referencia a ello porque, en el caso de las mujeres, los genitales están entre las regiones médico legales a las que una autopsia presta atención. Es una región donde hay que buscar signos de violencia aun si la causa de muerte está ostensiblemente en otro lado. Lo que sorprende es que tratándose del mismo equipo médico que examinó a Soledad y que el informe de las dos está fechado el mismo día, en el de aquella no se mencionen las `carúnculas mirtiformes” y en el de Pauline sí».47

Muchas veces, Anselmo ha tenido que enfrentar públicamente la pregunta sobre el embarazo de su compañera. En el programa «Roda Viva», una de las más largas entrevistas que ha dado a la televisión, niega la gravidez de Soledad y afirma que Pauline estaba embarazada: «Pauline Reichstul tuvo un problema con el embarazo y fue hasta nuestra casa y Soledad la acompañó al médico. Ella sí estaba embarazada. Soledad usaba DIU desde que se hizo un aborto aquí en San Pablo antes de ir a Recife». Periodista: «¿Usted niega el embarazo de Soledad? ¿Niega que estuviera embarazada como dice la versión histórica?». Anselmo: «Si yo creo, como dicen los médicos, que el DIU es el más seguro de los preservativos, lo niego, sí». Periodista: «¿El feto que encontraron allí no sería de ella?». Anselmo: Yo imagino que sería de Pauline».48

La palabra de Anselmo no basta, claro está, para descartar que Soledad estuviera esperando un hijo y fuera Pauline la embarazada. Este aspecto, como otros del asesinato colectivo, quedará abierto hasta que nuevas investigaciones y evidencias se aproximen, si es posible, a conocer la verdad.

Cada tanto, José Anselmo dos Santos sale de la clandestinidad que lo protege desde hace más de cuarenta años, para ajustar cuentas con el pasado. Da entrevistas en televisión, tiene un blog y un sitio en Internet.49En 2015 publicó un libro llamado Minha verdade, resultado, dice, de años de reflexión sobre su vida y la época que le tocó vivir. Mucho se ha escrito sobre la naturaleza de su colaboración con la dictadura. Para algunos, cuando se incorporó a la AMFNB ya trabajaba para los organismos de Inteligencia militar. Antes del golpe de Estado habría actuado como informante y provocador y luego de él, como un agente plantado en las organizaciones guerrilleras.

El politólogo e historiador Luiz Alberto Moniz Bandeira lo da como un infiltrado temprano. Su fuente es el subjefe de la Casa Militar del presidente Goulart, comandante Ivo Acioly Corseuil. En una entrevista, Corseuil le dijo que en vísperas del golpe de Estado le había transmitido al presidente la información, salida de la propia Marina, de que el líder de los marineros era un agente reclutado por la CIA.50

El periodista Marco Aurélio Borba también entrevistó a Corseuil para su libro Cabo Anselmo A luta armada ferida por dentro, uno de los primeros trabajos publicados sobre él. El comandante le confirmó que había advertido al Poder Ejecutivo sobre Anselmo y que Goulart estaba al corriente de la información cuando la AMFNB se reunió en el Palacio del Metalúrgico.

Desde filas de la izquierda también se lo denunció como agente de Inteligencia. Dice Borba: «Dirigentes del Partido Comunista Brasileño, de orientación ortodoxa, intrigados con el rápido ascenso de aquel joven y locuaz marinero que, en menos de un año, pasara de simple director de relaciones públicas a presidente de la AMFNB, denunciaron públicamente y en no disimuladas declaraciones al diario comunista Novos Rumos, la posibilidad de que Anselmo fuera un agente secreto infiltrado en los movimientos militares izquierdistas. Esa posibilidad, sin embargo, no fue tomada en cuenta por las demás fracciones de la izquierda porque en aquella época –como hasta hoy– las divergencias entre ellas eran muy exacerbadas. Además, los izquierdistas no alineados tenían al PCB como contumaz en hacer tales acusaciones para comprometer a los adversarios políticos…».51

Él mismo ha dado versiones contradictorias sobre su condición pero siempre rechaza la de traidor: «Traición para mí es una palabra muy dura. Lo que hubo en aquel momento fue la conciencia de que yo estaba equivocado, no en el sentido de que los que torturaban gente en los calabozos de la Policía tenían razón, pero sí que yo podría contribuir a reducir o a acabar con parte de aquel movimiento que se proponía llevar al pueblo brasileño a una guerra civil». Otras veces ha sido más breve y directo: «Me arrepiento de haber traicionado el compromiso con la Patria cuando dejé la Marina y pasé al bando de la insubordinación». Admite que colaboró con la represión pero minimiza su papel: «Construyeron un mito sobre mí». En una de sus primeras reapariciones dijo que la decisión de cambiar de bando fue libre y espontánea. Hastiado de la violencia, llamó al comisario Fleury para ponerse a su disposición: «Identifiqué el teléfono del DOPS e hice una llamada. Dije que quería hablar con el doctor Fleury, que era un elemento que estaba actuando en la guerrilla urbana aunque no hubiese cometido un delito mayor, que había estado en Cuba y que estaría en tal lugar a tal hora. El local fue el Museo de Ipiranga porque ahí había una visión amplia y él podría ver que yo estaba solo y que no había ningún problema. Le dije la ropa con la que estaría vestido. Llegaron dos investigadores de él, en auto, me agarraron y llevaron al DOPS hasta la oficina de Fleury. (…) Le conté toda la historia y le dije: “no estoy más en esa. Punto final».52

Años después, en una entrevista que dio al periodista Percival de Souza en algún lugar del Nordeste, escondido tras lentes negros y un gorro con visera, cambió el relato. En la nueva versión afirma que se quebró al cabo de dos días de tortura en el DOPS. Lo convencieron de que era hombre muerto a menos que hablara y colaborara con la represión.

En el programa «Roda Viva», la periodista Mónica Bérgamo le preguntó cuál de las dos veces había mentido. Respondió que la primera. Aún se vivía en dictadura, sabía que la entrevista pasaría por la censura antes de publicarse e inventó la escena de la entrega voluntaria para no desagradar a los militares. «Fue un acto de debilidad de mi parte», dijo.

En marzo de 2004 Anselmo presentó un pedido a la Comisión de Amnistía del Ministerio de Justicia. Pretendía que le reconocieran la condición de perseguido político, lo amnistiaran y le dieran una reparación económica. Se presentó como un hombre enfermo, sin documentos ni trabajo. Un expulsado de la sociedad o un fantasma ambulante, como suele decir de sí mismo. Entre los testimonios que examinó la Comisión está el audio de la entrevista que el ex jefe del DOPS de Rio de Janeiro, comisario Cecil de Macedo Borer, dio al periodista Mario Magalhães. En esa entrevista, concedida poco antes de morir, el comisario aseguró que Anselmo colaboraba con los servicios de Inteligencia antes del golpe de Estado. Lo habría reclutado el Centro de Información de la Marina (CENIMAR) aunque también pasaba información al DOPS. Se lo tenía por un informante clase A, es decir una fuente altamente confiable. Macedo Borer afirma que la detención de Anselmo después de salir de la Embajada de México ocurrió porque el oficial de Policía que llegó a su apartamento por denuncias de otros infiltrados ignoraba que el cabo era un doble agente. Una vez preso, le habrían pedido que no revelara su condición para no perderlo ya que su prestigio e inserción en la izquierda lo hacían una pieza de gran valor. El comisario también aseguró que la fuga de la comisaría del Alto de Boa Vista había sido una farsa y que Anselmo llegó a Montevideo con el cometido de infiltrarse en el MNR de Brizola.53

La Comisión de Amnistía no se expidió sobre si fue un agente infiltrado o un militante que cambió de bando; tampoco sobre la fecha en que comenzó la colaboración. En cambio, fue clara respecto a su participación en violaciones a los derechos humanos. Dice el relator del proceso y ex ministro de Derechos Humanos Nilmário Miranda: «Anselmo actuó y contribuyó de forma sistemática a la tortura, persecución de personas y otros ilícitos». El presidente de la Comisión, Paulo Abrão Pires Junior, corroboró el dictamen del relator: «Es jurídicamente imposible que el Estado repare a quien asumió el papel de violador de los derechos humanos». La Comisión votó por unanimidad contra el pedido de amnistía e indemnización económica a los que aspiraba.54

La relatora de los casos Quaresma y Fujimori en la Comisión Especial sobre Muertos y Desaparecidos Políticos, Suzana Keniger Lisbôa, lo responsabiliza por la muerte de los dos militantes: «…fueron decretadas para que no representaran un obstáculo para el acceso de Anselmo al comando de la VPR. Quaresma y Anselmo eran compañeros de muchos años y fue a través de Quaresma, designado para volver de Cuba y preparar la venida de Anselmo, que el infiltrado consiguió los contactos necesarios para llegar a Fujimori e inclusive al capitán Lamarca. Evidentemente el cabo Anselmo no quiso asumir la responsabilidad en la muerte de un amigo de tantos años. (…) eliminarlo parece que fue una de sus primeras tareas, tanto como la eliminación de José María Ferreira de Araújo, que se encuentra en la lista oficial de desaparecidos, muerto según documentación encontrada en el IML [Instituto Médico Legal] de mal súbito. Todos los contactos de Anselmo fueron premeditadamente asesinados. Sus muertes fueron cuidadosamente planeadas para no levantar sospechas…».55

Anselmo también ha modificado las versiones sobre la muerte de Soledad. En todas, es el único dolor para el que no tiene alivio: «Fue el peor día de mi vida, puedo afirmarlo, fue un shock, un dolor inmenso cuando vi los titulares y las fotos de lo que había pasado en Recife. Fue una de las peores experiencias de mi vida. La peor. De toda mi vida».56 Puede cambiar el tono o los hechos que relata pero Soledad siempre es una combatiente sin mella, que tiene la intransigencia del fanático. Otras veces, las menos, está de acuerdo con él sobre la necesidad de poner punto final a la aventura guerrillera: «Varias veces le dije: “¿Por qué no te vas para Cuba y te quedás con Ñai?”. Ella ya estaba decidida a hacerlo».

Antes de empezar la operación de Recife, Anselmo le habría pedido a Fleury que la salvara y el comisario se comprometió a hacerlo: «Le pedí a Fleury que en el momento decisivo la soltase, la expatriase, hiciese algo de ese tipo con Soledad. Pero parece que ella no dio la posibilidad porque estaba armada, con el grupo».57 Es difícil creer que Anselmo estuviera dispuesto a arriesgar su frágil equilibrio por una relación amorosa. Un prisionero que se quiebra y se pasa al enemigo vive en la zozobra de no saber qué harán con él. ¿Le perdonarán la vida cuando ya no sea útil? Está obligado siempre a dar prueba de adhesión a la nueva fe y es poco probable que quien eligió abandonar a sus compañeros y cambiar de bando se atreva a pedirle al torturador que salve algo o a alguien de su mundo anterior. Para sobrevivir tiene que aceptar sin límites la lógica del represor, actuar con frialdad sin perderse en sentimentalismos. Aun si su intención hacia Soledad hubiera sido sincera, ¿cuánto podía insistir en convencerla de que era estéril continuar la lucha sin que empezara a despertar sospechas, a delatar su juego, en un momento en que si algo le sobraban eran dedos acusadores? Era imposible salvarla, como él mismo admite en un instante de franqueza y realismo: «Soledad jamás se hubiera pasado para mi lado y yo jamás hubiera vuelto al suyo».58

Y de Fleury, conocido por la brutalidad y el sadismo, ¿podía esperarse que contemplara el pedido de un enamorado? Fleury no era hombre dispuesto a alterar un operativo largamente preparado, para salvar a una subversiva que, según le ha informado el propio Anselmo, se entrenó en Moscú y La Habana, es experta en explosivos y viene de un arraigado linaje comunista.

Anselmo ha hecho suya y repite la mentira de la muerte en enfrentamiento de sus compañeros. Y agrega escenas falsas al relato: después de descifrar juntos la carta de Onofre, Soledad, muda, se debate entre la disciplina política y el amor. Al final se suma a la mayoría que decide ejecutarlo. Anselmo consigue mandarle un mensaje a César, socio y custodio en la operación. Este acude al rescate y logra llevárselo con un engaño: él mismo lo conducirá al lugar donde van a liquidarlo. Se dan cita en São Bento. Fuerzas del DOPS con apoyo del Ejército cercan a los subversivos. Un capitán del Ejército avanza arrastrándose en silencio hasta la casa pero un perro le sale al cruce y lo obliga a dispararle. El balazo alerta a los guerrilleros, dispuestos a resistir. Todos caen en combate.

Pero los hechos no sucedieron de esa manera. No hubo asalto al nido subversivo, ni cruce de fuego. Estamos ante un secuestro colectivo, concebido y ejecutado como un operativo único aunque no haya ocurrido en un solo acto. Soledad no le retiró la confianza a Anselmo ni siquiera después de leer la carta. Decidió acompañarlo a Santiago para comparecer ante la organización. Salieron juntos de la casa que compartían con la idea de liquidar asuntos económicos y dejar Recife.

La infiltración de César dentro de la VPR tampoco tiene más sustento que la palabra de Anselmo y la del propio César, el comisario Carlos Alberto Augusto. Parece claro que él fue parte del operativo, como la sombra que vigilaba a Daniel y, a la vez, garantizaba su seguridad. Suministraba documentos falsos, hacía seguimiento de los militantes, entregaba información y recibía instrucciones de Fleury. Pero no hay prueba de que fuera un agente infiltrado en la organización guerrillera. Nadie lo conoció ni trató con él. Por fallidas que fueran las normas de seguridad de la VPR, es improbable que en un momento de represión cerrada apareciera de la nada un joven sin militancia ni trayectoria y se integrara como uno más. La incorporación de su personaje al desenlace de la historia no tiene otra función que la de encubrir el secuestro y justificar el asesinato. Sustituye las detenciones por una ceremonia de juicio colectivo, en la que todos, incluso Soledad, le bajan el pulgar a Anselmo. Y hay un salvador con nervios de acero, César, que lo rescata. La trama, a la vez artificio y justificación, libera de responsabilidad a Anselmo. Era su vida o la de Soledad. Y antes que él, Soledad había decidido que lo mataran.

La detención casi simultánea de siete personas (José Manoel, Jarbas, Soledad, Pauline, Eudaldo, Jorge y Leninha) en distintos lugares de la ciudad exige una planificación y una ejecución coordinadas. No es el resultado de una acción urgente montada para salvar a Anselmo en el último minuto. Cuando Onofre le entregó las cartas a Jorge en Santiago ya había comenzado a acelerarse la cuenta regresiva hacia el final. Tampoco parece probable que la lectura de la carta que Soledad le entregó a Anselmo con inexplicable ingenuidad haya sido el detonante del inmediato desenlace del conflicto. Es posible, aunque no hay forma de probarlo, que desde Chile se haya avisado al equipo de Fleury que ya no había cómo seguir sosteniendo la posición de Anselmo y también que hayan decidido no detener a Jorge en el camino de regreso a Olinda solo para no alertar al grupo. En todo caso, la participación en el operativo de hombres del DOPS venidos de San Pablo y de Rio, y de fuerzas del Ejército refuerza la idea de que se trata de una acción planificada y no una salida vertiginosa, como la presentan Anselmo y César.

Luego de los asesinatos, el cabo Anselmo desapareció de escena. Según él, viajó a San Pablo en un avión de la Fuerza Aérea. Poco después, Fleury lo habría llevado al Hospital Albert Einstein, en San Pablo, donde ingresó con nombre falso para una operación de cirugía plástica que le cambió las facciones. El comisario también lo habría retribuido con casa y empleo como asesor de empresarios en la tarea de descubrir subversivos y agitadores en trabajadores y postulantes a un empleo. En sus muchas reapariciones Anselmo ha dicho que se mudó más de quince veces en los últimos cuarenta años, que estudió programación neurolingüística, que nada posee y que vive gracias a la ayuda mensual de amigos discretos.

Ñasaindy

Aunque Soledad le había pedido a Nany que se hiciera cargo de su hija si ella moría, la niña se quedó con Damaris en La Habana. Dice Ñasaindy: «En Cuba las noticias que nos llegaban eran así: “Murió, no murió, desapareció, está preso, no está preso”. No teníamos una verdad definitiva. Entonces me fui quedando, quedando, quedando con Damaris. Ella me fue asumiendo como hija y yo la fui asumiendo como madre, y a sus hijos como mis hermanos. Esa afectividad fue armándose y fortaleciéndose. Y mis padres nunca volvieron».59

Hasta los cinco años Ñay fue una niña muy enferma. Tenía problemas renales, en la piel y, con frecuencia, fiebre y llagas en la garganta: «Vivió entre la casa, la guardería y el hospital», recuerda Damaris.60 No se parecía en nada a ella ni al resto de sus hijos, los tres morenos de pelo enrulado. «Era tan linda, tan linda, que cuando íbamos por la calle los cubanos me preguntaban si yo era la niñera. “No. Es mi hija”, decía yo. “No se parece en nada a usted”, insistían. “No. Es parecida al padre, les contestaba».

Cuando la niña tenía cinco o seis años, apareció en casa de Damaris un funcionario del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos junto a un hombre joven que ella no conocía. «Cuando lo vi, me dije: “este hombre no puede ser más que pariente de Soledad”. Tenía la misma cara. No me dijo quién era y yo no pregunté. Solo me pidió para hacerle un retrato a Ñay. Ella se quedó sentadita frente a él mientras pintaba. Un retrato muy lindo». Muchos años después Alberto le confirmó a Ñasaindy que él había sido el hombre de la visita y el autor del retrato. En ese entonces estaba clandestino en Cuba, desde donde volvió a Buenos Aires. Ese fue el primer contacto directo de Ñasaindy con su familia biológica en la década que vivió en Cuba.

Damaris nunca le ocultó a Ñay su origen pero demoró en decirle que habían asesinado a la madre. Y ella creció sabiendo que no era hija de Damaris. Recién a los diez años tuvo conciencia de que no tenía familia. Un exiliado brasileño había armado un cuadro con fotos de los Barrett. Al verlo, Ñay sintió una tristeza que no supo bien a qué atribuir, un sentimiento que no la abandonó: «Me di cuenta de que aun teniendo una familia yo era huérfana. Uno es feliz hasta que empieza a saber las cosas».61 A partir de ese momento, y por muchos años, fantaseó con la idea de que Soledad se hubiera salvado. Quizás Anselmo la había rescatado y llevado con él. Quizás ella también había aceptado colaborar y, por eso, aunque estaba viva no podía comunicarse.

En Brasil, los padres de José María ignoraban que tenían una nieta ni sabían qué había pasado con su hijo. En una época habían recibido noticias a través de un muchacho que cada tanto los llamaba para decirles que el hijo estaba bien, que trabajaba en una metalúrgica en Rio de Janeiro y que tenía novia. Al cabo de un tiempo las llamadas se interrumpieron.

Doña Lía intentó superar el dolor de la ausencia refugiándose en la fe católica. Lo imaginaba dedicado a alguna obra de caridad. Joāo Alexandre, en cambio, decía que no tardaría en regresar. «Mi padre decía que iba a volver. “Zé vuelve. Quedate tranquilo que está en América del Sur, quizás en Chile”. En Cuba no lo aceptaba de ninguna manera. Aceptar que el hijo estuviese en Cuba. No. Imposible. Cuba era terrible», dice Joāo María.62

Por amor a su hermano y para aliviar el sufrimiento de la madre, Paulo se convirtió en el investigador de la familia. Y dedicó su vida a buscarlo. Muchos años más tarde, su hija Cecília dio testimonio de esa búsqueda en la Comisión de la Verdad de San Pablo: «Mi padre siempre fue atrás del hermano, queriendo saber, simplemente quería saber dónde estaba. Era todo lo que quería saber, y si eso tenía en aquel momento un costado ideológico, era irrelevante. Él solo quería contarle a mi abuela dónde estaba el hermano. (…) Como hija no logro acordarme de mi padre que no sea buscándolo».63

Mientras tanto, Denise, Adilson, Têlma y Ñasaindy crecían en La Habana como hermanos. Hicieron la escuela y luego los mayores continuaron estudiando. Se sentían cada vez más cubanos. Eran bilingües, aunque hablaban mejor español que portugués. Damaris no volvió a casarse ni tuvo pareja, aunque no le faltaron propuestas. Decía que en su vida solo había lugar para el Doctor. Se dedicó a criar a los niños, a cuidar a la distancia a Ariston, y cuando tuvo la oportunidad se inscribió en la Facultad Obrero Campesina de La Habana para estudiar periodismo. Pero su pensamiento estaba en Brasil. En la casa se hablaba, se comía y se celebraba en portugués. También estaban en contacto con exiliados argentinos, uruguayos, peruanos, chilenos. Todos traían historias de cárcel y persecución. Se reunían para compartir información y discutir sobre la situación política de sus países.

A partir de 1975 el exilio brasileño empezó a considerar la vuelta al país como una posibilidad cierta. Las manifestaciones contra la dictadura se hicieron cada vez más fuertes. Estudiantes, intelectuales, artistas, abogados y un creciente movimiento sindical, en el que destacaban los metalúrgicos, exigían libertades y el restablecimiento del Estado de derecho. Un amplio arco social y político se tensó en torno al reclamo que mejor expresaba la lucha contra el autoritarismo militar: la amnistía.

El asesinato del periodista Vladimir Herzog en la sede del DOI-CODI de San Pablo mostró que el terror estatal estaba en pie.64 Su muerte desnudó los métodos de la dictadura –asesinato y fraude– y mostró que la represión no tenía límites. También sumó opositores al régimen y movilizó a miles de personas que manifestaron contra la brutalidad estatal.

En abril de 1978 se constituyó el Comité Brasileño para la Amnistía. En noviembre se reunió el Congreso Nacional por la Amnistía, que cerró con un Manifiesto a la Nación: «Obreros y estudiantes; abogados, médicos y profesionales liberales (…) religiosos; políticos y servidores públicos; negros y mujeres venidos de todo Brasil (…) repudian la marginalización política, económica y social del pueblo brasileño, condenan la represión que se abate sobre ellas y exigen amnistía. (…) El movimiento por la amnistía crece en todo el país. Está presente en las luchas de diferentes sectores de la población por la libertad de organización y la manifestación del pueblo oprimido, por la libertad de pensamiento y por las libertades democráticas».65

Finalmente no se aprobó una «amnistía amplia, general e irrestricta» como exigía el movimiento popular sino una «limitada, restricta y recíproca» o de doble mano que permitió el regreso de los exiliados y la liberación de los presos. También sancionó la impunidad para los crímenes políticos cometidos desde el Estado.

En julio de 1979 Ariston dejó la cárcel tras nueve años de encierro. Se benefició del régimen de libertad condicional, por lo que no podía salir del país. Damaris solo pensaba en volver: «La nostalgia era muy grande. Los cubanos no querían que me fuera. Pero yo soy nordestina, nací aquí y me crié aquí. “Nai” escuchaba que nos preparábamos para volver, y preguntaba: “¿No me van a llevar? Yo quiero ir a Brasil. Soy tu hija, yo me voy con ustedes”. Y lloraba. “Mi Dios del cielo”, me decía yo. “¿Qué voy a hacer con esta niña?”. La madre no me dejó partida de nacimiento ni ningún documento salvo un carné del hospital donde nació y de una clínica donde la atendieron. Cuando se fue para Brasil solo me dijo: “José María tiene nueve hermanos, nosotros también somos diez hermanos”. Esa fue la única información que me dio».

Legalmente la niña era Ñasaindy Sosa del Sol, hija y nieta de padres y abuelos de nombres inventados. Social y afectivamente era hija de Damaris. Biológicamente era hija de Soledad y José María pero no había forma de probarlo. No tenía documentos ni identidad. Tres familias se ofrecieron a quedarse con ella pero Ñasaindy quería seguir con la única familia que conocía, los Lucena.

Damaris pidió ayuda al Estado para resolver la situación y que la familia pudiera volver íntegra: «La ONU pagaba el pasaje de los brasileños que estaban en Cuba. Los cubanos plantearon el tema a la ONU, les contaron la historia. Los funcionarios de ONU les dijeron que lo mejor era que tuviera un pasaporte en el que figurase como mi hija. Finalmente le dieron una licencia de tránsito. Viajó, entonces, como hija mía». Têlma agrega que hubo que cambiarle la fecha de nacimiento para que el invento fuera exacto: «Se hizo una versión oficial como que Damaris estaba embarazada del Doctor cuando la detuvieron. “Nai” pasó de haber nacido en 1969 a nacer en 1970».

En mayo de 1980 volvieron a Brasil. Diez años antes Damaris había dejado el país en la peor situación. Con tres niños pequeños, torturada, con el dolor del marido asesinado, el hijo en la clandestinidad, decenas de compañeros muertos o en prisión y una hermana suya presa solo por venganza. Volvía con 54 años y cuatro hijos jóvenes y adolescentes. Les costó adaptarse a Brasil, tanto que Adilson se volvió a Cuba, donde trabajó unos años en Radio Habana antes de regresar definitivamente a San Pablo. Para Ñasaindy fueron tiempos difíciles. «Yo era huérfana, extranjera, rebelde y fantasma, una sombra de mí misma. Permanecí así por muchos años, a la deriva en una bruma de la realidad».66 Dejó de estudiar y se convirtió en una adolescente díscola y conflictiva. Estaba resentida con los padres, no entendía bien por qué no estaban con ella y no sabía si considerarlos héroes o delincuentes. Por esa época Damaris le dio la carta que le había dejado Soledad. Ñasaindy no recuerda qué decía pero sí que cuando la leyó no sintió emoción ni le encontró significado. Cuando tenía 15 años el tío Paulo apareció en su vida.

En setiembre de 1983 Paulo leyó un artículo del periodista y escritor Paulo Conserva en el diario A União. Conserva era un ex marinero que había hecho un largo periplo como exiliado en México, Checoslovaquia y Cuba. De su pasaje por la isla recordaba que había conocido a «un parabaiano de Santa Luzía, José María, brutalmente torturado y asesinado entre decenas de compañeros».67 Inmediatamente Paulo se puso en contacto con él. Conserva aceptó encontrarse con la familia en João Pessoa, la capital de Paraiba. Durante dos horas compartió con ellos lo que sabía de José María. Por él se enteraron que se había casado con una paraguaya y había tenido una hija. También les dijo que había vuelto a Brasil, que usaba el seudónimo Aribóia o Araribóia y que, según información reunida por sus compañeros, lo habían detenido y asesinado en Rio de Janeiro, muy posiblemente a raíz de la delación del cabo Anselmo. Paulo estaba dispuesto a viajar a Cuba para conocer a la niña pero antes de concretar el plan, el abogado Luiz Eduardo Greenhalgh le anunció que no tenía que ir tan lejos. Ñasaindy vivía en Brasil.

Cecília, la hija mayor de Paulo, recuerda el efecto que la noticia tuvo en la familia: «Tengo dos recuerdos muy fuertes de esa situación. Uno es el de mi padre llegando a casa muy emocionado, a las ocho de la mañana en shock. Nos dijo: “mi hermano tuvo una hija. Tiene 14 o 15 años. Es la cara de él”. Eso fue muy impactante para nosotros. Dios mío. Primero, porque yo ya no sería más la mayor de la familia, aunque eso era un detalle, lo más importante es que estaba feliz. (…) Ganó una sobrina, que considera casi una hija y eso hizo toda la diferencia para él».68

A Ñasaindy le llevó tiempo entender y aceptar su historia. Hasta que un día nació en ella el deseo de ser hija legítima de Soledad y José María sin dejar de ser la hija querida y acogida por Damaris. En 1985 Nany le mandó copia de la partida de nacimiento verdadera. Con ese documento empezó los trámites para probar que Ñasaindy de Oliveira Lucena era Ñasaindy Barrett de Araújo. Al cabo de diez años de gestiones logró cambiarse el apellido. Para ese entonces ya había nacido su hija mayor, a quien tuvo que inscribir como Yalis Lucena Drummond.

1 Mário Osava, correo electrónico, 9 de diciembre de 2015.

2 Chichita Benítez, entrevista, Montevideo, 11 de junio de 2015.

3 Damaris Oliveira Lucena, entrevista, San Pablo, 4 de julio de 2015.

4 Ângela Telma Lucena, entrevista, San Pablo, 4 de julio de 2015.

5 Ladislau Dowbor, O mosaico partido: a economía além das equações, San Pablo, 2007, p. 8.

6 Dowbor, op. cit., p. 18.

7 Liszt Vieira, entrevista por correo electrónico, 17 de marzo de 2016.

8 Dossiê Ditadura: Mortos e Desaparecidos Políticos no Brasil (1964-1985), p. 410 y Lucilei de Costa Cardoso, Entre o movimiento estudantil e a luta armada: Eudaldo Gomes da Silva e o «Massacre de Chácara São Bento» (1960-1970) en revista História Oral de la Associação Brasileira de História Oral, volumen 15 número 2, julio-diciembre de 2012.

9 Maurício Paiva, O sonho exilado, Rio de Janeiro, Mauad, 2004, p. 90.

10 Dossiê Ditadura, p. 411.

11 Mário Osava, correo electrónico, 9 de diciembre de 2015.

12 Damaris Oliveira Lucena, entrevista, San Pablo, 4 de julio de 2015.

13 Rita Gutiérrez, entrevista, Montevideo, 29 de diciembre de 2016.

14 Rafael Barrett Viedma, entrevista, 11 de enero de 2017.

15 Informe de José Anselmo dos Santos al DOPS, Comisión de la Verdad del Estado de San Pablo, caso Yoshitane Fujimori, 4 de abril de 2013 y 20 de marzo de 2014.

16 Entrevista colectiva a José Anselmo dos Santos, en Roda Viva, San Pablo, TV Cultura, 17 de octubre de 2011.

17 P. de Souza, op. cit., p. 183.

18 P. de Souza, Ibíd., p. 184.

19 P. de Souza, Ibíd., p. 188.

20 En el DOPS al comisario Carlos Alberto Augusto se lo conocía como «Carteirapreta» y «Carlinhosmetralha». Trabajó a las órdenes de Fleury entre 1970 y 1977. Luego fue jefe de la Comisaría de Sindicatos y Asociaciones de clase del DOPS y estuvo en la Brigada de Narcóticos. Se jubiló en 2013 como inspector de Policía Civil de San Pablo. Fue denunciado ante la Justicia por el secuestro y desaparición de Edgar de Aquino Duarte. De un anticomunismo visceral y caricaturesco, en entrevistas, acciones callejeras y videos que sube a Youtube reivindica su participación en la lucha antisubversiva. Ha construido un personaje que viste casco, frac y corbata pajarita. El casco representa la seguridad que el Estado debería dar pero niega a los ciudadanos, y el frac, una mezcla de respeto y luto, que lleva a falta de uniforme militar.

21 Roda Viva.

22 Luiza Villaméa, «O carteirapreta», 14 de marzo de 2014.

23 P. de Souza, op. cit., p. 182.

24 Mário Osava, correo electrónico, 9 de diciembre de 2015.

25 Injustamente acusado del asesinato de su esposa, el doctor Richard Kimble vivía huyendo de la Policía, en busca de las pruebas de su inocencia.

26 Jorge Barrett Viedma, entrevista, 10 de marzo de 2016.

27 Jorge Barrett Viedma, entrevista, Montevideo, 23 de julio de 2016.

28 José Anselmo dos Santos, Cabo Anselmo, Minha verdade, San Pablo, Matrix, 2015, p. 192.

29 Mário Osava, correo electrónico, 19 de diciembre de 2015.

30 Mário Osava, correo electrónico, 9 de diciembre de 2015.

31 «Cabo Anselmo A desmoralizaçāo da verdade», revista Pasquim, 26 de abril de 1984. Pasquim publicó la entrevista a Ângelo Pezzuti tras la reaparición pública de Anselmo en el reportaje que dio a la revista IstoÉ en marzo de ese año. La charla de Pezzuti con Herbert Daniel, un militante que había integrado la Dirección de la VPR, fue grabada el 14 de octubre de 1974 en París, donde ambos estaban exiliados. Cuando Pasquim publicó la conversación, junto a un artículo de Daniel, hacía nueve años que Pezzuti había muerto en un accidente de moto en la capital francesa.

32 Mário Osava, correo electrónico, 19 de diciembre de 2015.

33 Jorge Barrett Viedma, entrevista, Montevideo, 10 de marzo de 2016.

34 Testimonio de Sonja Maria Cavalcanti de França Lócio en la Secretaría de Justicia de Pernambuco, 7 de febrero de 1996.

35 Testimonio de Mércia Albuquerque ante la Secretaría de Justicia del Estado de Pernambuco, 7 de febrero de 1996.

36 Carlos Tibúrcio y Nilmário Miranda, Dos filhos deste solo Mortos e desaparecidos políticos durante a ditadura militar: a responsabilidade do Estado, San Pablo, Boitempo Editorial, 2008, p. 275.

37 Folha de São Paulo, 11 de enero de 1973.

38 Declaración de Airton BezerraLócio de Carvalho, marido de Sonja Cavalcanti, ante la Orden de Abogados de Pernambuco. Recife, 9 de enero de 1973. En Comisión Estatal Memoria y Verdad Don Hélder Câmara (CEMVDHC).

39 Testimonio de Mércia Albuquerque en la Secretaría de Justicia de Pernambuco, 7 de febrero de 1996. En CEMVDHC.

40 «Desbarataram Congresso subversivo em Pernambuco», Diário da Manhã, 11 de enero de 1973.

41 El archivo está parcialmente digitalizado y disponible para la consulta en el sitio de DHnet www. dhnet.org.br/memoria/mercia.

42 Anotaciones inéditas del diario de Mércia Albuquerque, 30 de abril de 1973.

43 Anotaciones inéditas del diario de Mércia Albuquerque, 7 de noviembre de 1974.

44 Jorge Barrett Viedma, 8 de enero de 2013 – «A 40 años de la Masacre de São Bento».

45 La autopsia histórica es «la investigación médico-legal de las causas y las circunstancias de una muerte con interés histórico, sustentada en la interpretación crítica, armónica, jerarquizada y objetiva del conjunto de la información aportada por documentos y testimonios, cuando no se tuvo acceso directo al cadáver o los restos óseos», Hugo Rodríguez Almada y Fernando Verdú Pascual La autopsia histórica: presentación del método y su aplicación al estudio de un hecho violento ocurrido en Uruguay en el año 1972, Revista Médica del Uruguay, número 2, agosto de 2003, p. 126.

46 Hugo Rodríguez Almada, entrevista, 6 de mayo de 2016.

47 Hugo Rodríguez Almada, entrevista, 26 de agosto de 2016.

48 «Roda Viva», TV Cultura, 17 de octubre de 2011.

49 En el sitio, Anselmo promueve la venta de su autobiografía y anuncia nuevos títulos de su autoría, entre ellos Pontes para o Futuro, que trata sobre los «instrumentos de lavado de cerebro, las influencias de Freud, su sobrino Bernays, Huxley y otros de la Escuela (de socialismo de Frankfurt) ilustrando las razones que impiden a Brasil y a los nativos de este continente ocupar un espacio independiente y soberano entre las naciones».

50 Luiz Alberto Moniz Bandeira, O governo de João Goulart. As lutas sociais no Brasil (1961- 1964), San Pablo, Unesp, 2010.

51 Marco Aurélio Borba, Cabo Anselmo A luta armada ferida por dentro, San Pablo, Global, 1984, p. 21.

52 «O anjo a morte», entrevista del periodista Octávio Ribeiro, conocido como «Pena Branca», revista IstoÉ, 23 de marzo de 1984.

53 «Ação de Anselmo é pré-64, diz policial…», El artículo fue publicado en el diario Folha do São Paulo el 31 de agosto de 2009, a partir de la entrevista que Magalhães grabó con el comisario Macedo Borer en 2001.

54 La Comisión se expidió el 22 de mayo de 2012.

55 Informe de la relatora Suzana Keniger Lisbôa en la Comisión Especial de Muertos y Desaparecidos Políticos, citado en la Comisión de la Verdad del Estado de San Pablo en el caso Edson Neves Qua-resma y Yoshitane Fujimori, 4 de diciembre de 2013.

56 Entrevista a José Anselmo dos Santos, «R7 Noticias», 27 de julio de 2015.

57 «O anjo da morte», IstoÉ, 28 de marzo de 1984.

58 IstoÉ, 28 de marzo de 1984.

59 Infância roubada, p. 101.

60 Damaris Oliveira Lucena, entrevista, San Pablo, 4 de julio de 2015.

61 Ñasaindy Barrett de Araújo, videoconferencia, 15 de junio de 2015.

62 Testimonio de Joāo Maria Ferreira de Araújo, Comisión de la Verdad del Estado de San Pablo, 26 de febrero de 2013.

63 Testimonio de Cecília Lobo de Araújo ante la Comisión de la Verdad del Estado de San Pablo, 26 de febrero de 2013.

64 Vladimir Herzog había sido corresponsal de la BBC y director del informativo de TV Cultura. Ante un requerimiento del DOPS, el 25 de octubre de 1975 se presentó en la comisaría acompañado de un periodista del canal. Al día siguiente le informaron a la familia que se había suicidado. El DOPS se atrevió a fotografiar la escena en la que aparece burdamente colgado. Un perito del Instituto Médico Legal se prestó para certificar la veracidad del montaje.

65 Manifiesto a la Nación, cierre del I Congreso Nacional por la Amnistía, 5 de noviembre de 1978, en Fabíola Brigante del Porto A luta pela anistia no regime militar brasileiro: a constituçāo da sociedade civil e a construçāo da cidadania, p. 68.

66 Ñasaindy Barrett de Araújo, «Identidad», revista Puentes, p. 70.

67 Testimonio de Paulo Maria Ferreira de Araújo ante la Comisión de la Verdad del Estado de San Pablo, 26 de febrero de 2013.

68 Testimonio de Cecília Maria Lobo de Araújo ante la Comisión de la Verdad del Estado de San Pablo, 26 de febrero de 2013.