Sobre golpes y otras hierbas

Suponía que a mis años la vida me ahorraría ese ominoso espectáculo cuyo escenario es el país entero

Nunca imaginé que asistiría una vez más a un violento cambio de gobierno. Suponía que a mis años la vida me ahorraría ese ominoso espectáculo cuyo escenario es el país entero. Creí ingenuamente que la nueva Constitución Política del Estado, asumida por amplia mayoría por vía de la democracia directa, nos ponía a salvo de este tipo de situaciones; y no solo por la forma en que fue aprobada, sino también porque establece mecanismos legales como el referéndum revocatorio para reprobar o en su caso respaldar una gestión de gobierno. Las cosas fueron por otros carriles y llegará el momento de asignar responsabilidades a cada quien. Entretanto, a manera de ejercitar la memoria, señalamos enseguida algunos de tales acontecimientos en la historia corta de una vivencia que arranca desde la segunda mitad del siglo anterior.

El 9 de abril del 52 no lo vivimos de modo directo, pero lo sentimos en sus efectos posteriores vinculados a la Reforma agraria del 2 de agosto del año siguiente. Las inmensas movilizaciones de campesinos indígenas al son de los pututus aterrorizaban a poblaciones semiurbanizadas como Quillacollo, donde vivían artesanos, comerciantes y otras capas medias asalariadas, como era el caso familiar.

El 4 de noviembre de 1964 se resume en una frase: el remedio resultó peor que la enfermedad. René Barrientos, elegido vicepresidente, no tuvo el menor empacho en conspirar contra su jefe, Víctor Paz Estenssoro, re-elegido a la mala previa modificación de la Constitución. Pero el populachero general aviador no dio el golpe en cielo despejado, más bien cabalgó sobre la efervescencia popular que en potentes oleadas sacudían al país.

Algunos se ilusionaron, cualquier cosa sería mejor que el jefe movimientista. Partidos de izquierda, como en el que militábamos, empujaban las acciones populares masivas, de hecho en alianza con los falangistas de derecha. El desengaño llegó muy pronto. En mayo y septiembre de 1965 la contrarrevolución mostró los colmillos que llevaba bajo la llamada “revolución restauradora”.

El 21 de agosto de 1971 fue una experiencia dramática. Fuimos parte de la caótica resistencia al golpe militar de que también partió de Santa Cruz, con dos días de anticipación. Comenzó el septenio fascista de Banzer, seguramente el periodo más nefasto en la historia del país, miles de detenidos sin forma ni figura de juicio, otros miles exiliados a la fuerza, cientos de torturados y asesinados. Verdaderos “ríos de sangre” que solo Jaime Paz Zamora y sus seguidores se atrevieron a cruzar, para darle barniz democrático al dictador cambio del plato de lentejas del poder. Quienes estuvimos en la resistencia clandestina no podemos sino esbozar una sonrisa cuando muchos de las nuevas generaciones se llenan la boca con las palabras “dictadura” o “fraude”. Sin atenuantes, dictadura fue la de los siete años, y fraude fue el que montó Banzer desde los cuarteles en 1978.

El 17 de julio de 1980, fue un golpe de Estado diseñado con asesoramiento argentino como ejercicio de aula en la Escuela de Estado Mayor de Cochabamba, la instancia académica de la “institución tutelar de la patria”. El objetivo fue desbaratar el juicio de responsabilidades contra Banzer que llevaba adelante con gran valentía Marcelo Quiroga Santa Cruz, por eso él fue la primera víctima. Estuvimos en la sede de la COB, atravesamos la detención, las torturas, el confinamiento a orillas del río Beni y la posterior expulsión del país como “extremista subversivo”. Sabemos de lo que hablamos, cuando decimos dictadura, con todas sus letras.

Por último, el 17 octubre de 2003 nos encontró en huelga de hambre pidiendo la renuncia de los Sánchez, el Goni y el Zorro. Sobre esa historia más reciente y las comparaciones que pueden establecerse con lo que actualmente ocurre volveremos en una siguiente oportunidad.