Nicaragua: es hora de no callar

Foto: Telesur

Al hacer un recuento del cambiante panorama latinoamericano, sostuve en esta columna que algo tiene que estar demasiado mal para entender lo que está ocurriendo en Nicaragua. Dije también que no caben explicaciones simplistas que lo explican todo denunciando muy posibles conspiraciones imperialistas.

Días después, no por casualidad el 24 de junio (aniversario de la Masacre de San Juan), hice circular un artículo del periodista uruguayo Raúl Zibechi referido al país centroamericano, quien considera inaceptable que “intelectuales que van y vienen con sus opiniones sobre los más diversos temas rehúyan una opinión contundente sobre la brutal represión”. Y añade: “No tengo la menor duda de que Washington desea la caída de Ortega-Murillo y trabaja para ello, pero el argumento según el cual todo lo que perjudica a la izquierda es obra del imperio está en franca decadencia” (en Bolivia todavía está muy de moda, habría que agregar).

Envié ese material por correo electrónico a una decena de compañeros de la “vieja guardia” a objeto de provocar reacciones. El primero, y hasta ahora el único en responder desde Santa Cruz, fue Ramiro Barrenechea. Y lo hizo en términos que bien vale la pena compartir: “Hace tiempo que Ortega dejó de ser sandinista”. He ahí su primera aseveración que desmarca a la actual dirigencia nicaragüense tanto del gran patriota latinoamericano Augusto César Sandino, como de sus seguidores que en los años 80 desalojaron del poder a la tiranía de Anastacio Somoza, sostenida por Estados Unidos. Barrenechea prosigue: “No son las estadísticas, sino las razones que generan la violencia… Pol Pot (el genocida camboyano, CSG) fue la más catastrófica expresión de la desnaturalización de la violencia. La violencia revolucionaria es contestataria a la reaccionaria, no al revés. Se vuelve contrarrevolucionaria cuando las ‘razones de Estado’ son sobrepuestas a la conciencia liberadora. Y el poder (con el monopolio de la fuerza…), cuando se convierte en la única fuente de sustento de un gobierno, es solo dominación y deja de ser dirección. Pierde legitimidad”.

Y el interlocutor interroga: “¿Cuál es la revolución que Ortega y los suyos enarbolan para reprimir letalmente a los manifestantes? (aunque muchos seguramente están siendo instrumentados por el enemigo de clase). ¿Qué es lo que se disputa? ¿La supresión del capitalismo para imponer el comunismo? ¿O simplemente la conservación de ese monopolio de la fuerza?”.

“Qué hermosa era la consigna que los sandinistas pusieron —recuerda Barrenechea— en la puerta del Ministerio de Gobierno, cuando derrotaron a Somoza: ‘ahora nuestras armas protegen la alegría del pueblo’. La leí y me saltaron las lágrimas de emoción. No podemos ofrecer una nueva sociedad, libre e igualitaria, haciendo lo mismo que quienes lo impidieron secularmente. Sería simplemente sustituirlos en el ejercicio de la fuerza, sin transformar estructuras y superestructuras opresoras”.

Y para dar cima a su reflexión, Barrenechea evoca una situación que le tocó vivir en el país cuando era parte del gabinete ministerial. “Se me viene a la memoria lo que un día dijera Hernán Siles Zuazo a sus ministros que exigían reprimir a la COB y a la CSUTCB, que estaban violando la legalidad: ‘no permitiré que se dispare un solo tiro contra mi pueblo, prefiero ser yo el que lo reciba, pues si quienes me llevaron al poder se alzan contra mí, yo soy el equivocado’. Tal expresión de Siles me inspiró profundo respeto aunque yo lo criticara con vigor por resistirse a aplicar el programa revolucionario de la Unidad Democráticas y Popular (UDP) y obedecer a los ‘gradualistas’”. Tal cual. El debate está abierto.