Homónimos

¿Qué haría si descubre que existen varias personas con los mismos nombres y apellidos que los suyos?

Qué haría usted si de pronto descubre que existen no una sino varias personas que llevan los mismos nombres y apellidos que los suyos? Los casos pueden ser cientos de miles en el país, según lo anunciaron autoridades electorales al referirse a ciertas complicaciones de la construcción del Padrón Biométrico.

En una revisión preliminar del Código de las Familias y del Proceso Familiar (Ley 603) recientemente promulgado, busqué algún resquicio para atenuar el problema. No lo hallé. Quizá haya que introducir algo en la parte reglamentaria, puesto que este instrumento legal entrará en vigencia recién el 6 de agosto del año próximo. Parece interesante por ejemplo que a tiempo de registrar a los recién nacidos el orden de los apellidos, de común acuerdo, podría ser primero el paterno o el materno. Sin embargo, está todavía ausente o muy difusa la posibilidad de que una persona adulta pueda hacer ajustes a sus nombres y apellidos, sin largos y engorrosos trámites judiciales, precisamente para evitar los enredos que generan los homónimos.

En lo que a mí respecta, quedé espantado al constatar que en la guía telefónica de la ciudad de Santa Cruz hay cinco personas que llevan mi primer nombre y las dos partes del apellido paterno que heredé. No sé cómo andará la cosa en ciudades como Cochabamba y Oruro, donde se supone se ha extendido aún más, por varias generaciones, mi lejana parentela.

Más aún, hace algunos años, coincidí con uno de mis homónimos en un reclamo ante una compañía aérea y ambos descubrimos con sorpresa que llevábamos los mismos dos nombres de pila, por supuesto las dos partes del apellido y solo nos diferenciábamos por el poco usado apellido materno. Entre sonrisas intercambiamos tarjetas, la suya como “Gerente Financiero de Entel” y la mía como “Director del CEDOIN”.

Pero ahí no acaba. El asunto subió de castaño a oscuro cuando en el malhadado proceso de capitalización, entre 1993-94, se denunció que en Entel existía un grupo corrupto y nepotista integrado, entre otros, por mi susodicho homónimo. Envié cartas a los periódicos aclarando que no se trataba de mí. Pero ya en esa ocasión me convencí de cuán poco sirven dichas aclaraciones, cuando un viejo conocido, de profesión abogado, al encontrarme en la calle me dijo sin ambages que lo ayudara a resolver un “asuntito” que tenía pendiente en Entel. Reaccioné enojadísimo, y supongo que se convenció de que se trataba de otra persona. Y por si fuera poco, un colega periodista publicó un libro muy valioso sobre el proceso capitalizador, pero al referirse al mencionado caso de Entel, por descuido o deslealtad, quizá más por lo segundo que por lo primero, no aclaró que se trataba de otra persona que lleva los mismos dos nombres de pila míos (Carlos Alberto) y el apellido compuesto (Soria Galvarro).

La cereza de la torta de este embrollo llegó el día de Navidad del año 2000. Me disponía a viajar con mi esposa a Chile a visitar a un hermano, cuando fui retenido en el aeropuerto porque supuestamente estaba “arraigado”. Los agentes de Migración, haciendo gala de una increíble torpeza e ineficiencia, me impidieron subir al avión y no tenían en sus computadoras ni el número de carnet de identidad ni la fecha de nacimiento del verdadero arraigado, que, como es de suponer, era mi inefable homónimo. Me ocasionaron un grave perjuicio, varios días de trámites y gastos ante la Contraloría, para demostrar que el arraigado no era yo, sino otro… y las maletas a punto de extraviarse, porque ya no pudieron bajarlas del avión al que no me permitieron subir. No hay remedio fácil para esta epidemia, pero alguito se podría hacer ¿no lo creen?