De perseguidores y perseguidos

Con jueces y fiscales que cambian de color como el camaleón, muchos están ahora probando su propia medicina

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Terminamos el año en medio de una orgía revanchista de los nuevos dueños del poder. Ellos actúan no precisamente como Gobierno “transitorio”, sino como bloque social que ha recuperado sus posiciones y está predestinado a desmontar las “anomalías” del proceso anterior y reconstruir la sociedad y el Estado a su imagen y semejanza; vale decir, a la medida de sus propios intereses.

De nada vale que se llenen la boca con palabras como “unidad nacional”, “unión de los bolivianos”, “recuperación de la democracia”, y otras por el estilo. Por encima de criterios técnicos o meritorios, se sobrepone el razonamiento ideológico ultraderechista y retrógrado a la hora de barrer a gran parte de los funcionarios, y nombrar a los suyos a troche y moche, con razón o sin ella, en muchos casos haciendo, corregido y aumentado lo mismo que tanto criticaban al Gobierno derrocado.

¿Pero cómo andan en la otra orilla? ¿Qué está haciendo el MAS-IPSP? Al parecer, solo piensan en elecciones y bajo la tutela del caudillo que ha conseguido acercarse a la frontera sur del país. No hemos encontrado el más mínimo asomo autocrítico entre los principales líderes caídos, y particularmente en Evo Morales y Álvaro García Linera. Todo lo hicieron bien y de forma correcta. Solo la maldad racista de la derecha aliada al imperio y la deslealtad de policías y militares provocaron el derrumbe. No se admite el giro desarrollista de las políticas gubernamentales que sepultaron la original propuesta del Vivir Bien y en armonía con la Madre Tierra. No se reconoce la burda utilización del aparato judicial para fines políticos (con jueces, fiscales y magistrados que cambian de color como el camaleón, muchos están ahora probando su propia medicina).

No dijeron que saltarse por encima la Constitución y desoír el mandato del referéndum de 2016 para repostular a Evo fue un tremendo error político, pues significó entregar en bandeja a los opositores la defensa de la democracia, de la cual emergió el proceso de cambio iniciado en 2006 y sin el cual no podría sobrevivir. No han admitido que el control prebendal de las organizaciones sociales es incapaz de generar simpatías auténticas y compromisos duraderos, sin los cuales ningún proyecto popular es capaz de perdurar. Tampoco admiten que abandonaron los principios éticos del ama súa, ama llulla, ama q’ella (y también el imprescindible ama llunk’u).

Finalmente, ante la oleada de autovictimización de las dirigencias, resulta inevitable referirse al presunto fraude electoral. Admitamos que hubo un uso premeditado y malévolo del tema por parte de la OEA (solo por estupidez o ingenuidad alguien puede confiar en este organismo, teledirigido desde Estados Unidos). Asumamos que los informes no dicen específicamente que hubo fraude, sino “irregularidades dolosas”. Asumamos incluso que el asunto abarca una parte ínfima de la votación. Pero nada de esto atenúa la gravedad del asunto.

El fraude estaba ya instalado en la mente de un gran número de compatriotas de las ciudades debido a la justificada desconfianza en el Tribunal Electoral. Bastaron solo algunos indicios para que apareciera confirmado lo que mucha gente sospechaba. Y esa fue la gota que rebasó el vaso. A partir de ahí, la sedición se desplegó hasta obtener el desenlace que conocemos.

¿Quién o quiénes en el Gobierno o en el MAS conocían y manejaron el tema? Aunque no anularan la sigla, como se debate estos días, ¿las instancias internas del MAS-IPSP investigarán el delito y promoverán alguna sanción disciplinaria para sus autores materiales e intelectuales? O (quien calla otorga) ¿el asunto será escondido bajo la alfombra?

Al arrancar el nuevo año y desear parabienes a todos y todas, no podemos dejar de señalar que —a nuestro juicio— la renovación de las esperanzas no se halla ni en Buenos Aires ni en la plaza Murillo.