Corrupción: cortar por lo sano

Únicamente si el Gobierno deja de lado las medias tintas se perfilará un mensaje claro.

Posiblemente escuché en mi infancia esta frase por primeras veces de labios de mi abuelo Natalio. Descubro ahora que se trata de una antigua expresión medieval que hace alusión inequívoca a situaciones límite que demandan soluciones enérgicas y radicales. Etimológicamente, es muy probable, hace referencia al médico que tiene que amputar un órgano antes de que se extienda una infección. “Emplear el procedimiento más rápido, brusco y sin miramientos para solucionar o zanjar un problema o discusión”, dice una definición hallada por ahí.

Me suena, estimado lector, que esta sería la única manera de frenar la epidemia de corrupción que parece haber rebrotado en el país.

Sin ser los únicos, tres casos emblemáticos, casi simultáneos, ilustran esta aseveración.

El del Ministerio de Medio Ambiente y Agua lleva el asunto al seno mismo del Poder Ejecutivo y pone en duda no solamente el comportamiento ético de los más altos funcionarios, sino que también muestra la total ineficiencia de los mecanismos de transparencia y control social.

En el caso del Banco Fassil, considerado ya como la “estafa del siglo”, la pregunta es si la Asfi (Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero), cumpliendo estrictamente su rol institucional, no debió intervenir oportunamente para evitar el colapso total que se ha producido. Si los empresarios mafiosos hicieron lo que hicieron en Fassil durante años, significa que la tal supervisión no es efectiva o no se aplica por alguna razón desconocida. Cabe preguntar: ¿no habrá casos similares en el conjunto del sistema bancario? Si con el respaldo de sectores oligárquicos locales, atenidos a los sagrados intereses de la propiedad privada y el secreto bancario, robaron tanto dinero, otros pueden estar practicando trucos parecidos.

Y por último, el caso del “narcoavión” que cuando escribimos estas líneas estaba al rojo vivo, tiene tantos bemoles que es posible sostener rotundamente que el traslado de casi media tonelada de cocaína hasta el aeropuerto de Barajas, en España, solo pudo haber ocurrido gracias a un verdadero entramado de corrupción instalado en diferentes espacios y niveles: fabricantes y propietarios de la droga, transportistas, Policía, Aduana, administración y control de aeropuertos, empresa aérea y otros.

Únicamente si el Gobierno deja de lado las medias tintas, si se deshace de lealtades compradas con prebendas, es decir si decide cortar por lo sano, se perfilará un mensaje claro: funcionario que asome las uñas, sabrá que le pueden cercenar los dedos o la mano entera, y aquel que por omisión no haga lo que tiene que hacer, podría no perder la mano pero sí el cargo con toda seguridad.

Carlos Soria Galvarro es periodista.